La historia no la pueden contar exclusivamente los ganadores, la visión de la derrota suele ser mucho más aleccionadora para la humanidad y muestra que el renacer de las cenizas es posible cuando la integridad de la condición humana surge desde la grandeza de la humildad.
Más de un millón de prisioneros judíos fueron asesinados en el campo de exterminio de Auschwitz en la Segunda Guerra Mundial, tanto en la cámara de gas como por el extenuante trabajo y tortura a los que fueron sometidos, para terminar en los hornos crematorios que los nazis instituyeron para borrar la verdad del Holocausto.
La memoria histórica de este genocidio niega la racionalidad como principio de concordia, entendimiento y comprensión entre los seres humanos; ha dejado profundas huellas de dolor pese a que estamos por cumplir ocho décadas de su gesta, la cual no debe ser olvidada por las nuevas generaciones, porque la memoria social puede salvaguardar y preservar la vida como el valor fundamental de la humanidad.
Cuando fue liberado el campo de concentración de Auschwitz las imágenes eran dantescas, las y los prisioneros asemejaban cadáveres que deambulaban sin dirección, con los ojos hundidos, famélicos y con el pensamiento extraviado; habían muerto en vida, se les había tratado de arrebatar la conciencia y hacer de su exterminio un suceso “natural”, porque su raza atentaba contra la pureza germánica que la SS repetía para dar la “solución final” para las y los prisioneros judíos que fueron brutalmente exterminados.
Actualmente muchas de las pertenencias, historias y vestigios del genocidio de Auschwitz son expuestos en el Museo del Holocausto, en Israel, y en el mundo entero; sin embargo, algo ha llamado la atención en diferentes latitudes: el hallazgo de los zapatos de los prisioneros, vestigios de la vida de niños, carpinteros, profesores, ingenieros, abuelas y abuelos, padres y madres, hermanas y hermanos. El testimonio de los zapatos cuenta más de un millón de historias donde surge la esperanza: los pasos de la humanidad que dejan huellas indelebles de valor y verdad que no pueden ser negadas.
Los zapatos del Holocausto en Auschwitz son las imágenes del sufrimiento y el horror, pero también de la dignidad y la entereza que al pisar dejamos los seres humanos; esas huellas hablan del camino que hacemos al andar, nuestras pisadas presurosas que llevan el pan a nuestras familias, el estruendo del zapato que le avisa al perro de la casa de nuestra llegada, el sigilo de los pasos que se encuentran en la ventana de nuestra amada o las huellas de las botas de un campesino que advierten el despertar de las frutas en los supermercados, las huellas de los zapatos de nuestros padres que se quedan en nuestra memoria y alma, en ese tejido infinito que llamamos amor.
Los sobrevivientes de Auschwitz, como León Weintraub, quien perdió a 64 familiares y habría de retornar a su natal Polonia convertido en médico, han dejado una lección histórica de esperanza para la humanidad: la verdad no se cuenta desde el rencor, se narra con el corazón abierto para aleccionar y advertir que el perdón nace cuando los seres humanos aprendemos a vivir sin lastimar a los demás.
Hoy, cuando mires los zapatos que acompañan tu vida, lleva a tu memoria la ternura con la que han acompañado a tus pies, dejando las huellas de tus vivencias, las cuales, sin duda, pueden narrar tu vida, sin cortapisas ni resquemores, al igual que lo hace la voz de los zapatos del Holocausto en Auschwitz.
Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.