En tiempos de campañas políticas las emociones se viven al límite. El enojo, la indignación, la alegría, la frustración, el enojo, la esperanza, por ejemplo, son resultado de una poderosa maquinaria de estímulos inducidos por los psicólogos sociales que operan perversamente desde los cuarteles generales de los equipos de los candidatos. El resultado de una guerra emocional es, evidentemente, la confrontación de posiciones.
Nuestro hemisferio racional está cancelado, en realidad en esta etapa proselitista el acto emocional nos gobierna y opera para incentivar la participación. Así, los resultados de una decisión tan importante seguramente no tendrán una cuota de sensatez o frialdad. Este dominio de emociones juega a favor de los políticos y las frases de campaña que mañosamente se construyen por lingüistas que buscarán posicionar el mensaje basado en los estudios de mercadotecnia, terminarán difuminándose una vez que acabe la competencia electoral.
Así las cosas, suponer que las campañas son mejor momento para informarnos y reflexionar sesudamente nuestra intención de sufragio puede resultar iluso e inocente. El comportamiento de nuestras emociones debería ser moderado, sin embargo en la borrachera democrática resulta difícil contenerse ante la oportunidad de manifestar nuestro sentir. La discusión seria, la postura consciente, cuesta trabajo separarla de este poderoso impulso mediático, pero es necesario hacer el esfuerzo.
¿Cómo vamos a resolver el pago de impuestos? ¿Cómo sobreviviremos a la escalada de violencia e inseguridad? ¿Cómo se verá afectado nuestro poder adquisitivo con el incremento del dólar y las medidas arancelarias de Estados Unidos? ¿Cómo creer que un país se puede inventar cada seis años si somos la herencia de abusos y engaños sistemáticos que nos han hecho escépticos ante las demagógicas promesas de campaña? ¿Qué porcentaje de tantas promesas verdaderamente cumplirá el ganador? ¿Cómo recuperar la confianza en la política cuando la impunidad, la traición y el pragmatismo han sido el tenor de la política moderna?
Los spots de veinte segundos, las frases del mitin y la papelería electoral nunca responden de forma clara a tales interrogantes, tampoco lo hacen en su particular retórica kafkiana.
El voto es entonces un acto de fe, de esperanza y de apuesta a ciegas, en un contexto en el que sin la información completa colocamos nuestra confianza en la opción que nos parece más cercana a nuestros valores, pero no hay que olvidar que cada candidato es un gran actor capaz de interpretar cualquier personaje, por ello sin información de las trayectorias, equipo, y proyecto nos quedamos en la indefensión total.
Los políticos son como los maridos infieles: se pueden casar y prometer fidelidad, pero como diría Balzac: “Cuando dudas de tu poder, le das poder a tu duda”, “hay que dejar la vanidad a quienes no tienen otra cosa de exhibir”, así es la naturaleza humana. Y como diría Jesús Reyes Heroles: “En política, la forma es fondo”.
Por: Mario Ortiz Murillo
Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.