Frente a una espiral descendente de fuerza política, la derecha en Hidalgo se encuentra experimentando rendimientos políticos decrecientes y parece petrificarse en esa tendencia al anquilosamiento político que la llevó a la crisis de la que no se avizora salida.
Mientras la izquierda no da tregua a la derecha con sus planteamientos en prospectiva como el Plan México y el Plan Hidalgo, las fuerzas del antiguo régimen presentan un regresionismo letal no sólo para la democracia de competencia que, en estos momentos, se encuentra dando una batalla de recomposición del Poder Judicial, sino porque su petrificación la tiene sumida en la era de piedra, del cual sólo existe un panorama rupestre y sonidos guturales.
La derecha parece un espectro predispuesto al fracaso político. No asume las zonas de vacío que experimenta en estos momentos la nación frente a la beligerancia de Washington y, lo que es peor, su participación en los escenarios como oposición se constriñe a una guerra mediática de acusaciones que en nada le aporta dividendos o raja política, por lo que su marasmo ha ido en crescendo, a tal grado que los zafarranchos en el Senado de Alejandro Moreno o Lilly Téllez han creado animadversión en las redes sociales que se encuentran abortando casi cualquier postura de la derecha.
La guerra no se gana sin adiestramiento, ¿de qué les sirvieron a las fuerzas del antiguo régimen más de siete décadas de control gubernamental, partido hegemónico y cooptación social?
Revisando con microscopio las últimas comparecencias del líder de Hidalgo, Marco Mendoza, y la cúpula que prohíja las fuerzas del PRI, la inopia y precaria estela de pronunciamientos de posibles contrapesos al poder de Morena sólo arroja saldo rojos, donde en cada inclusión del PRI, ya sea en el Congreso local o en la palestra pública, Morena aplica la “Ley del mazazo de la memoria histórica”, enunciando las tropelías de las fuerzas del antiguo régimen y suele tirar por tierra y barrer casi cualquier argumento de la oposición.
Sin embargo, si quisiéramos mirar a la otra esquina de la oposición, el PAN en Hidalgo ha perdido toda noción de combatividad e interlocución social, al grado que lo tenemos encauzando iniciativas de “paga menos pensión alimenticia, pero paga”, condición comparable con los devaneos y desequilibrios de Alejandro Moreno cuando apoyó una iniciativa inenarrable e impresentable de armar a la ciudadanía en la nación.
No hay duda de que la derecha ha regresado a la edad de piedra.
En el plano de la semiótica política, los códigos sociales y de las redes sociales que apuntan a la impopularidad de la derecha como fuerza política, ideología y conducción social son un escenario poco explorado, al cual conviene dar un salto porque la próxima elección en Hidalgo en 2028 se habrá de volcar desde las redes sociales, donde Morena ha ido creciendo y su fuerza en escenarios de jóvenes ya proyecta una condición en expansión territorial.
En esta tesitura, la estrategia del proceso de afiliación que se encuentra desplegando Morena y del cual hemos insistido la viabilidad de un esquema de comités ciudadanos desde la conducción de Luisa Alcalde Luján y Andrés Manuel López Beltrán, en Hidalgo se replica con una fortaleza operativa en la que Marco Rico ha hecho lo propio para garantizar nueva adhesión política y sangre joven a Morena.
La operación tierra en esta perspectiva política se ha reforzado con las Rutas de la Transformación del gobernador Julio Menchaca, que se encuentra en una estrategia de empoderamiento ciudadano de la cual no se ha podido sacudir la derecha del PRIAN en Hidalgo.
La era de piedra a la que ha regresado la casta política del antiguo régimen en Hidalgo sólo vaticina el quiebre endogámico de su poder partidista debido a la falencia etnocéntrica política en la que se encuentra sin prospectiva de un proyecto político de vanguardia que supere a los trogloditas y la petrificación política.
