Conocerse uno mismo, darse a conocer y el mutuo conocimiento son requisitos vigentes y esenciales para evitar desilusiones y desengaños en una relación, y por ello, durante algún tiempo consideré conveniente, aunque no indispensable, la cohabitación prematrimonial. Cambié de opinión con respecto al período de prueba prematrimonial y he aquí el porqué.
La relación prematrimonial se denomina concubinato como lo define el derecho civil mexicano: “Cuando dos personas hacen vida marital sin estar unidos en matrimonio y se trata de una unión con caracteres de estabilidad y permanencia”. Para constituir el concubinato se debe probar la cohabitación durante al menos 2 años en el Estado de México. El concubinato considera ciertos derechos y están en el Código de Derecho Civil, el cual varía para cada entidad federativa en México.
El amasiato, en cambio, es la “relación amorosa entre dos personas casadas, entre casado y soltera o entre soltero y casada”, y difiere en que no genera derechos.
El matrimonio se definía en el artículo 146 del Código Civil para el Distrito Federal como una “institución” y es una relación contractual o acuerdo por vía de contrato definida como “la unión de un hombre y una mujer con el propósito de realizar comunidad de vida, con respeto entre ambos, igualdad y ayuda mutua, con la posibilidad de procrear hijos”. (Las nuevas tendencias de equidad de género pretenden quitar lo de hombre y mujer y sustituir la procreación por adopción). La “Ley para la Familia del Estado de Hidalgo, en su reforma publicada en el Periódico Oficial, Volumen II, del 31 de diciembre de 2016, dice:
Artículo 8.- El matrimonio es una institución social y permanente, por la cual se establece la unión jurídica de un solo hombre y una sola mujer, que con igualdad de derechos y obligaciones, originan el nacimiento y estabilidad de una familia, así como la realización de una comunidad de vida plena y responsable.
Aunque la sociedad mexicana suele ser conservadora, también es muy tolerante en algunos casos. Se ha puesto de moda “vivir juntos un tiempo para ver si funciona la relación” (amasiato), según reza una variante de conocido refrán mexicano: “Para saber cómo es Andrés, vive con él un mes”. México tiende a copiar a nuestros vecinos del norte[1]. En 1991 aproximadamente el 50% de los estadounidenses cohabitaban antes de formalizar un matrimonio[2].
Sin embargo, y al contrario de la sabiduría convencional, la cohabitación puede resultar dañina para el matrimonio, así como para las parejas y sus hijos. Un estudio basado en la Encuesta Nacional de Familias y Hogares halló que matrimonios donde hubo una cohabitación previa tenían una probabilidad de hasta 46% mayor de divorciarse contra los que no habían cohabitado[3].
Recientes y diversos estudios[4] han hallado las siguientes tendencias que podríamos llamar “resultados”:
- Las parejas que viven juntas antes de casarse tienen menos probabilidades de casarse. Como están buscando a la persona ideal, consideran al compañero como “de paso” o provisional, algo no tan serio.
- Aquellos que viven juntos antes de casarse suelen tener hasta un 80% de probabilidades de separación o divorcio, según las encuestas. La idea preconcebida de “si no funciona me voy”, reduce el compromiso y las parejas esperan que la relación funcione mágicamente sin esfuerzo, en cambio, un matrimonio lucha por hacer que funcione.
- Aquellos matrimonios que vivieron en unión libre antes de casarse, son en general menos felices. Los casados enfrentan cosas que no se enfrentan en la unión libre o en el noviazgo, por ello muchos pasan la “prueba fácil”, pero truenan en “la de a de veras”. Estas novedades reportan frustración tras una unión libre, pero son retos normales tras un noviazgo.
- Quienes fueron sexualmente activos antes del matrimonio tienen mayor probabilidad de divorciarse, a causa de sus costumbres de falta de autodisciplina y fidelidad. Tienen el hábito de cambiar de pareja cuando algo no funciona. La persona se condiciona a cambiar a la pareja ante una dificultad, antes que resolverla.
- Quienes viven juntos tienen mayor probabilidad de tener un romance pasajero más que una relación duradera, pues quien busca un período a prueba, no está seguro de que vaya a funcionar, por eso lo mira como un periodo de prueba que no me obliga por ser pasajero. Es obvio que una aventura no garantiza un matrimonio.
- Los matrimonios “de prueba” no causan a futuro mejores matrimonios, porque “la prueba de amor destruye justamente lo que quiere probar”, según Walter Trobisch. Además, concebir derechos con menos obligaciones desplaza la entrega matrimonial al “hacer el amor” hacia la libertad de “tener sexo”. Los aspirantes al matrimonio entregan toda la vida, y hacer el amor significa esta entrega; en cambio, tener sexo en unión libre limita la entrega y tiene un significado menos pleno.
- Los que viven juntos no contemplan compromisos o responsabilidades tan duraderas, y así, la cohabitación implica cierta evasión.
- Los que viven juntos se pierden algo del proceso de maduración. “¿Por qué comprar la vaca cuando puedes tener la leche gratis?” – “¿Para qué comprar todo el cerdo por una salchicha?”. Quien realmente no quiere cargar contigo siempre, simplemente te ama menos.
- Los que viven juntos evaden lidiar con algunas de las decisiones conjuntas que las parejas casadas tienen que hacer. Por ejemplo, compartir los bienes, adquirir cosas en común. Por lo general la cohabitación anticipa la separación, y “cada quien juega con sus canicas”. Es estar con un pie adentro pero listo para sacarlo.
- Los que viven juntos tienen con frecuencia un “matrimonio por conveniencia” o por pasión, más que un matrimonio por compromiso o por amor.
- Aquellos que tienen sexo pre-matrimonial pueden engañarse y casarse con una persona que no es adecuada para ellos. Vivir en familia con hijos es distinto a un romance de dos. Lo central es una familia, y no sólo tener buen sexo, el cual además puede cegar las emociones.
- Los que viven juntos tampoco tienen el mejor sexo. Una pareja “desechable” se involucra menos que una que se entrega, una “buena cogida” no satisface tanto como sentirse verdaderamente amado, aun sin sexo.
- Los que viven juntos tienen una relación superficial y significativamente más débil. El amor verdadero puede resistir la prueba del tiempo sin tener intimidad física, la cual eventualmente se acaba. Hay una diferencia sustancial en la “razón para estar con la persona”.
- Los que viven juntos antes de casarse pueden matar al romance, como es común, lo físico y material corrompe lo espiritual y sentimental.
- Los que viven juntos antes de casarse con frecuencia sufren de desconfianza y falta de respeto. (Es obvio: si una persona teme, no respeta o no exige compromisos, tampoco se toma en serio la fidelidad).
- Los que viven juntos le pueden hacer daño a sus hijos. Niños que viven con parejas en unión libre que provienen de matrimonios rotos reciben mensajes confusos y los niños consideran que sus padres viven un doble estándar y aprenden a imitarlos.
- A quienes viven juntos antes de casarse les suele faltar un propósito común a largo plazo que abarque situaciones muy inesperadas, persiguen un control sobre la vida que no se tiene en un matrimonio.
- La pareja en amasiato no goza una relación equitativa. Generalmente la mujer se esfuerza más en cumplir todos sus roles mientras que el hombre lo ve más como un juego o algo no tan serio.
- Los que viven juntos antes de casarse no tienen la misma responsabilidad. Justamente el período a prueba está diseñado para “aventar la toalla si no me gusta”. En cambio, quien decide casarse va decidido a no tirar la toalla, sino ser y estar “hasta que la muerte nos separe”.
- Los que viven juntos antes de casarse tienen menos apoyo y beneficios. Por lo general la cohabitación informal no es del conocimiento de los familiares, y en muchos casos, tampoco los apoyan. Jurídicamente el amasiato tarda de 3 a 5 años en constituirse como tal, antes de generar derechos.
Recapitulando, la cohabitación previa no funciona porque no es un buen simulador del matrimonio. El período de prueba es atractivo porque permite los derechos del matrimonio, pero sin las condiciones, obligaciones y responsabilidades rigurosas de éste. Así la cohabitación exitosa no prueba que la pareja funcione en matrimonio, porque vivir juntos en unión libre “falsea” la verdadera convivencia conyugal, y en consecuencia no garantiza el éxito de éste, justamente por sus diferencias con el matrimonio: no se da un verdadero compromiso, se va a investigar, no a ponerse la camiseta. No hay promesas de por vida por cumplir (es fácil fingir algún tiempo), tiende a evadir responsabilidades porque es sólo un juego, no es un verdadero matrimonio serio, y como aún no se contempla “para toda la vida”, omite considerar lo que un matrimonio: fidelidad perpetua, vida en común, convivencia con la familia extensa y con los amigos de la pareja, reconocimiento social, (muchos amasiatos no se hacen públicos), formalidad, legalidad, hijos, herencia, bienes en común, gasto, etcétera.
En conclusión: jugar a la comidita y que a veces te salga bien no te convierte en chef apto para quedar bien siempre bajo la presión laboral real.
[1] http://preguntaleamonica.com/razones-sociologicas-para-no-vivir-juntos-antes-de-casarse/
[2] Larry L. Bumpass, James A. Sweet, and Andrew Cherlin, “The Role of Cohabitation in the Declining Rates of Marriage,” Journal of Marriage and Family 53(1991), 914.
[3] Alfred DeMaris and K. Vaninadha Rao, “Premarital Cohabitation and Subsequent Marital Stability in the United States: A Reassessment,” Journal of Marriage and Family 54(1992), 178-190.
[4] “Razones sociológicas para no vivir juntos antes de casarse”. (24 de Febrero 2011 Traducido y editado por Mónica Bulnes de “All about cohabitation before marriage”. Apud http://preguntaleamonica.com/razones-sociologicas-para-no-vivir-juntos-antes-de-casarse/
Por: Carlos Enrique Arias Vera
"Carlos Enrique Arias Vera, un ser humano peregrino por la vida, oriundo de una ciudad (Pachuca) y familia cosmopolitas, y diversificado en variadas aficiones, entre ellas el canto y las letras, docente de vocación, con grado de maestría, de profesión ingeniero civil. Tiene una curiosidad versátil y siempre insatisfecha. La mezcla de su formación académica, con la afición autodidacta a las artes y la práctica de algunos deportes y actividades, le confieren una cosmo visión personal sui géneris que comparte al tamiz de una filosofía dinámica, incluyente y matizada, y al igual que México, evoca un crisol del cual emerge un mosaico de opiniones y observaciones."