No parece existir horizonte ante esta cruenta realidad que nos tiene postrados a nivel mundial. Se asoman todos los días las estelas de la desolación; la sociedad ha sido derrotada, el mundo vive en el caos, la cordura y la lógica han sido sustituidas por los discursos de escritorio, mientras el tejido social se desgarra frente a la muerte y a la desesperanza de este mundo desigual.
No solo nos enfrentamos a la muerte en la pandemia del siglo, también a una erosión del precario empleo, de la educación sórdida que provoca náusea en términos del porvenir, de la vida en términos de una existencia vacía para la mayor parte de las personas en el mundo, donde sobrevivir puede resultar inenarrable, dantesco como inframundo.
Los días se vuelven cortinas de humo que nublan el sol, las noches la oscuridad que se une a la atmósfera incierta de nuestras vidas, que en los lamentos del alma parecen evocar los tiempos en que las migajas por lo menos existían.
Una sociedad entre espinas, sin horizonte ni porvenir, con la amenaza constante de la muerte, de esa muerte que una vez pensamos tenía que llegar cuando nuestras cronologías y sus estelas biológicas lo exigieran, pero no por enfermedad virulenta, no por la inoperancia de los gobiernos y la indolencia de las élites del poder.
El hastío se ha hecho presente, las imágenes de la Gran Depresión del siglo pasado deambulan como los fantasmas de los tiempos modernos, evocando a la irracionalidad de esa modernidad, ¿no es acaso modernidad sinónimo de progreso?, si no lo es, ¿entonces por qué el empeño de la sociedad por aparecer en un mundo que mira hacia adelante cuando los lastres de la desolación nos hacen mirar hacia atrás?
Este orden sistémico jamás nos ha llevado hacia una verdadera senda de bienestar y progreso, esconde los apetitos, el robo y la usurpación social de aquellos grupos que nos manejan como marionetas en los hilos tamborines de sus cuerdas, esas mismas cuerdas que se convierten en frases demagógicas de los discursos políticos, evocando, invariablemente, esa idea quimérica de que hay que construir un mundo mejor.
¿A qué mundo mejor se refieren esos discursos?
Una sociedad entre espinas con el dolor de la flagelación de esta sórdida y mezquina realidad que solo causa violencia y desolación.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.