José López Portillo, expresidente de México, históricamente ha sido recordado por acuñar frases vacías, como si de eso se tratara la política y no de trabajar por el pueblo. Este tipo de expresiones fueron el símbolo de un gobierno irresponsable, ampliamente corrupto, pero, además, cínico.
Una de las frases emblemáticas llena de imprudencia, por decir lo menos, fue relacionada con su hijo José Ramón, quien incluso formaba parte de su gabinete ampliado, desde donde influía determinantemente para hacer y deshacer como le viniera en gana con la venia de su padre. De manera pública lo llamó “el orgullo de su nepotismo” sin mayor cargo de conciencia y con un cinismo a prueba de todo.
Pero, además, su hermana Margarita fue encargada de la RTC (Radio, Televisión y Cinematografía) exhibiendo una absoluta impunidad en toda la expresión de la palabra, que para aquellos años casi todas y todos tenían que celebrar, porque poco o casi nada se entendía del término nepotismo y, además, eran los años en que al “señor presidente” nadie se atrevía a cuestionarlo.
Con los años, esta práctica cotidiana cada vez más fue exhibida públicamente, porque ya con un mayor análisis al respecto, se cayó en la cuenta de que los gobiernos no podrían ser de ninguna manera empresas familiares, por lo que se fueron “poniendo candados” para no caer en la tentación de servirse de un poder para atender apetitos familiares.
Lamentablemente, a pesar de tratar de erradicar estas viciadas prácticas, hay un retroceso significativo en los gobiernos municipales entrantes, que han puesto el dedo en la llaga, y que mediáticamente ha significado un escándalo de proporciones mayores que sin duda afectan la imagen pública de un gobierno en vías de consolidarse y legitimarse en lo que en teoría sería “diferente” a lo que la gente señaló de gobiernos pasados, donde se sirvieron con la cuchara grande.
En los recientes días, el periódico Ruta -editado en Tulancingo bajo la batuta de Juan Carlos Ortiz- publicó de nota principal “Escándalo por nepotismo en el gobierno de Tulancingo” y donde desnudó detalladamente los lazos que existen entre las y los servidores públicos que han dado paso a la construcción de una telaraña de la que hacen uso para beneficio personal.
De manera directa y atribuido a la presidenta Lorena García Cázares se supo que en su gobierno cobran su esposo, su hermano, un sobrino, una sobrina y hasta la nuera. De ahí en adelante hay un mosaico del que, se sabe, cobran esposas, cuñados, sobrinos, hermanas, hermanos, tíos, hijos, y hasta las madres de servidores públicos miembros del gabinete y la asamblea.
Esta escandalosa investigación prende los focos en un partido que en teoría tenía la obligación de hacer las cosas diferentes, porque cacarean una transformación, porque cacarean una austeridad republicana, porque cacarean que el neoliberalismo debe erradicarse desde las entrañas del sistema político mexicano. Pero, además, presume que no son los mismos que los de antes.
No todas y todos pueden ser medidos con la misma vara, ni todas y todos van en el mismo costal. Pero si en estos primeros inicios de Morena en el poder no son capaces de poner orden, la ecuación es muy sencilla: la desilusión será inmediata, no habrá quién crea en sus mentiras y en consecuencia se acabará el encanto electoral más pronto de lo imaginado.
Las y los políticos que están en el poder tendrían que honrar los preceptos de la Cuarta Transformación, tendrían que caminar con la narrativa de la presidenta Claudia Sheinbaum pegada a la oreja todo el tiempo. Pero, por el contrario, parece que están empeñadas y empeñados en aprovechar el tiempo para hacer lo suyo, y dejar de lado el espíritu real del movimiento que representan.
Lo ocurrido en Tulancingo, y seguramente en muchos municipios más, es vergonzoso, es indignante, pero fundamentalmente puede ser determinante en un futuro muy corto, de un movimiento que podría pasar a la historia más temprano que tarde.
EL CONSPIRADOR