Las visitas de Donald Trump a Japón y a China son el preámbulo de un panorama inestable de las relaciones bilaterales de Estados Unidos, y muestran el debilitamiento geopolítico y geoeconómico del gigante del norte, que ya ha tenido consecuencias funestas en su liderazgo mundial.
Trump visitó Japón porque se está armando hasta los dientes y juega como una variable veleidosa a nivel internacional, no sólo por la estrecha relación comercial que prima entre ambos países, cuestión que también refrenda la hostilidad con Corea del Norte.
De igual manera, Trump visitó China ante el reconocimiento de la bestia roja, que es el nuevo gigante económico a nivel internacional y controla cerca del 40% del valor económico de la Reserva Federal de Estados Unidos, amén del peso de su intercambio económico en el mundo, lo que le va a quitar muy pronto el liderazgo económico al país de las barras y las estrellas.
Las tempestades políticas que ha desatado el presidente estadounidense ya le pasan factura con los blancos que lo apoyaron y, seguramente, ante los resultados de la elección a la alcaldía de Nueva York, a las gubernaturas de Nueva Jersey y Virginia; los pasos del neoyorquino están contados de cara a las elecciones de 2018, donde los republicanos podrían dejar de ser mayoría en el Congreso y con ello decapitarlo.
La rabia y la ira de los blancos frente a Trump ha crecido pese a que les ha garantizado gratificaciones económicas; el pueblo en general ya está hasta la madre, unido al sentir de los líderes europeos y de otras latitudes. En pocas palabras: ¡hay que sacarse a Trump de encima!
Nada tan amargo como habernos topado con una era de desconcierto social donde las sociedades son ampliamente ignorantes y suelen recular a los extremos de las pasiones y la incertidumbre como lo implican la discriminación, el racismo o la xenofobia, porque ello tiene costos sociales inimaginables y trágicos.
Garrafalmente desafortunada ha resultado la administración Trump, pero sus estruendos no han servido para amedrentar al planeta, inclusive sus vociferaciones se han ido diluyendo en grado superlativo, por lo que perro que ladra no muerde, pero es tiempo que a este perro callejero se lo lleve la perrera.
Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.