Un Estado desbordado y fallido, fallado y que falla, como el mexicano, no tiene los recursos de la ingeniería constitucional para asegurar la armonía, paz y dignidad humana que atraviesa por el saldo de las oportunidades sociales, esto es claro y no es una realidad ajena a nadie en el país.
Un año después del dantesco suceso de Tlahuelilpan, 137 fallecidos deambulan en el imaginario colectivo sin que hasta ahora el peso de la muerte pueda evitar el tráfico de combustible pese a que, según el gobierno federal, haya disminuido sensiblemente; más aún cuando en días recientes el mismo gobierno de López Obrador reconoce que en Hidalgo las prácticas de huachicoleo siguen sin pelos ni señales de que se habrán de extinguir.
Sin embargo, no es tan cierto que sólo se erradicará este delito brindando oportunidades de trabajo e inserción social, porque delinquir es más productivo y redituable en ganancias e implica menor esfuerzo social, pese a ser peligroso. Pensemos en las dantescas imágenes de Tlahuelilpan y el infierno que experimentaron las personas que allí murieron, quienes estaban cometiendo un ilícito.
Es evidente que ganarse el dinero con un empleo honrado está cabrón y que también está cabrón conseguir un empleo honrado, lo que podría explicar el robo o los actos ilícitos, pero dimensionemos: lo ocurrido hace un año en Tlahuelilpan no fue producto del hambre, es decir, las personas que estaban robando combustible no lo hacían por hambre, cuestión que descarta el hecho de que robar es siempre una cuestión extrema de supervivencia.
Una sociedad donde el Estado y su clase política históricamente se pervierten y degradan para convertirse en delincuentes de cuello blanco bajo el disfraz de servidores públicos trasciende con su podredumbre y su pus al tejido social, que asume que, si el gobierno roba, ¿por qué no lo hará el pueblo? La respuesta es obvia.
Si a estas variables le añadimos el hecho de que delinquir es más redituable, es evidente que, ante la falta de oportunidades de conseguir un empleo rentable, las cosas trascienden en un sincretismo de condiciones pragmáticas que nublan la vista, pero que se han vuelto viables para aquellos que no roban desde el Estado, con el Estado, pero sí a pesar del Estado.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.