Sin lugar para los muertos

Las ciudades son para los vivos, es lo que se cree. Desde hace siglos, hay ciudades que han considerado invertir en la planificación y conservación de cementerios, pues las urbes de todo el mundo, tarde o temprano, tendrán más muertos que vivos. Sin embargo, pensar en los muertos como un asunto de planificación urbana no se da mucho en este país, como tantas otras cosas.
Pachuca no es la excepción, pues hace unos días el director del Panteón Municipal informó que sólo quedan siete tumbas disponibles en el cementerio. De esto no podemos culpar a la pandemia, pues el problema de los terrenos en el panteón y los títulos de propiedad a perpetuidad lleva décadas en el olvido. Este es un asunto serio y nos deja ver cómo las autoridades no piensan en la muerte, al menos no de manera inteligente, pues gestionar una ciudad cuyo crecimiento poblacional ha sido considerable en las últimas tres décadas implica pensar en que un día toda esa gente estará muerta.
Y aunque suene cruel, es la realidad y ciudades como la nuestra deberán hacer frente a los muertos que tendrán en el futuro, sobre todo porque la administración de cementerios de la ciudad no tiene forma de pensar en éstos como construcciones o espacios de valor patrimonial, salvo el cementerio más antiguo cuya fachada fue diseñada por el hijo de Porfirio Díaz a comienzos del siglo XX y que ahora se ha quedado con sólo siete espacios disponibles.
El Plan de Desarrollo Municipal de 2016 señala que en la ciudad existen cinco panteones pero no sabemos cómo se gestionan ni de qué se trata la planificación y desarrollo de cementerios. Pensar en carreteras, en ciclovías y en parques no es más importante que pensar en espacios para estar muerto, así que los tomadores de decisiones deberían voltear los ojos a este problema, y ya que en esta ciudad no se puede vivir en el paraíso de la planificación, lo menos que podríamos esperar es morir con dignidad.


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