Hoy es un día especial para los miles de alumnos y profesores que, a lo largo del país, inician el nuevo año escolar. En medio de la incertidumbre que supone la virtualidad, han comenzado las clases. O al menos, se ha dicho que han comenzado, pues desde temprano se reportó el colapso de una de las plataformas más importantes para la comunicación virtual: zoom.
Profesores de todo México han tratado de hacer frente a este problema improvisando a través de otros medios; los padres de familia externan en redes sociales la preocupación sobre el sistema de televisión que apoyará las clases y los alumnos esperan impacientes frente a una fría pantalla.
Quisiera pensar que esto no será un desastre, que las instituciones saben cómo enfrentar los problemas técnicos de la nueva educación, que esta nueva normalidad no es tan mala como parece, pero no puedo creer sin cuestionar. Resulta que el problema de la estrategia para la educación a distancia no es sólo un asunto pedagógico, se trata de un problema laboral. Las decisiones sobre la educación de los alumnos se basan en el papel del docente como una persona que recibe un sueldo que ha de trabajar por horas (en la mayoría de los casos) y que debe ganárselo minuto por minuto, sin excepción.
Las instituciones no pueden regalar un salario a un profesor si no trabaja bajo los parámetros de la vieja normalidad. Es allí donde el sistema está debilitado, a los directivos de la educación pública y privada del país les preocupa mucho que un profesor no trabaje (como si así fuera en realidad), por ello han impuesto estas jornadas interminables para la nueva educación, no porque les interese la formación de un alumno o su desarrollo integral en medio de una crisis que nos ha golpeado a todos. Se han tomado decisiones desde el cuadro, desde un sistema burocrático e inflexible que hará que miles de familias regresen a un ciclo escolar en medio de mucha frustración y dolores de cabeza.