¿Qué es una contradicción?
Y me preguntas tú, que piensas lo que sientes.
Yo ya no siento.
—¿Por qué lloras?
—Porque lo extraño.
—¿Lo extrañas a él o extrañas que alguien solucione tus problemas?
—¡Extraño a mi hermano!
Un extenso consultorio, madera por todas partes y una gran ventana con las persianas cerradas. Cuadros de pintores que no reconozco, pinturas viejas y pinturas nuevas. Una lámpara en una mesita alargada, un cenicero y una caja de pañuelos. Miro mis manos y tiemblan, me limpio las lágrimas y siento un mareo, nostalgia y tristeza. Estoy sentado en un frondoso sofá de cuero negro y la doctora en su sillón giratorio.
—¿Estás tomando el medicamento?
La verdad no, pero no quiero decirle. No quiero seguir adormecido del alma. Los antidepresivos sólo acalambran la voluntad nublando el instinto, minando el delicado tacto y acorralando los sentidos. Prefiero seguir herido. Herido pero vivo.
—¿Cómo va tu divorcio?
No me gusta que me pregunte esas cosas.
—¿Ya te deja ver a tus hijos?
Cuando se le da la gana.
—¿Se sigue escondiendo de tus abogados?
Por supuesto, pero ya dije que no quiero hablar de eso.
—¿Te sigue pidiendo dinero?
Es lo único que le interesa, pero sigo sin contestar nada.
—¿No quieres hablar de ello?
Me mantengo callado y miro hacia la ventana. Un fuerte suspiro en mi alma.
—Tendré que aumentarte la dosis —dice luego de una larguísima pausa. Y escribe. ¿Qué escribe? Termina de escribir su receta y arranca el papel. Me lo extiende de cerca.
—Existe un tratamiento que —me toca la entrepierna— aún no hemos experimentado y que… Quizá pueda ayudarte más…
Me le quedo mirando, luego a la receta y luego nuevamente a la ventana. Veo sus pechos, son bonitos pero regreso nuevamente a las letras, la fórmula y sus 20 miligramos en la receta. Una en la mañana y otra en la noche, nuevamente con alimentos. ¿Entonces? Tengo que regresar, nuevamente, la siguiente semana.
—Tomaré eso como un no —me dice y se repone regresando a su papel como doctora, jugando, nuevamente, con dicho concepto y su oferta de sexo.
—Te espero la siguiente semana.
La secretaria en la sala de espera, me despido de ella; el pasillo del piso y al fondo el elevador; en éste me mareo un poco y cierro los ojos. Planta baja y el pasillo de la estancia, la luz de la mañana ascendiendo mientras me acerco poco a poco a la entrada, a la calle con su fauna. ¿Qué hago aquí esta mañana?
Mi exesposa me pide un certificado mensual de tratamiento psiquiátrico para dejarme ver a mis hijos, a pesar de que no los he visto desde hace un año. No los he visto desde el día que…
¡Bang!
Ese día. El mismo día. El día que murió mi hermano. Ese día se rompió todo. Nada quedó de lo que yo era hasta entonces. ¿Ser o Devenir? Ningún equilibrio en mi camino, sólo peso en mi destino y el zumbido del silencio en constante pesimismo.
Al siguiente día decido quitarme la vida. ¿Cómo? Caminando y mirando mis pasos sin mirarlos, sintiendo cada pie en su camino hacia el abismo. ¿Así? Sé que me detendré hasta encontrarme con algo que pase por arriba de mi cabeza, caminar sin fijarme y sin un cómo, sin un cuándo, sólo caminar para ser atrapado por la muerte en este loco paso temerario.
—Qué patético.
No me importa, así camino.
Así camino y así iba caminando, sintiendo mis pasos y mirando a la nada. ¿Seguro? Tan sólo esperando el mortal madrazo. ¿Cuál? Una persona, un auto o el rayo fulminante de lo extraño. ¿También profeta? Conjuntos lógicos nombrados. ¿Matemático? Disyunciones contingentes y conjunciones necesarias. ¿Filósofo? Increíblemente, esto último fue lo que interrumpió mi último acto melodramático.
—Hola, ¿cómo estás? —me pregunta mi ex cuando me la encuentro acompañada de uno de sus novios.
Bien, lo pienso y también lo digo.
—Bien.
Una incómoda pausa. No obstante el histérico silencio, en mis cabeza apareció una biblioteca, una de muchas, las calles empedradas, una de muchas, y las lluvias soleadas… Una de-
—Me dio mucho gusto verte —me interrumpe ella—. Adiós.
Y, mientras yo me refugiaba en el silencio, se fueron tomados de la mano. Ambos se perdieron de mi vista en las corrientes calles, la común materia y la gente farsante.
—Adiós —dije yo.
Una luz nietzscheana en mi conciencia. La vida ya no es peso ni tragedia sino voluntad total y libre existencia. Así es y así será. Me percato del espacio físico y metafísicamente estoy en el interior de la glorieta de la plaza de los insurgentes. ¿Cómo llegué hasta aquí?
—¿Serner?
Escucho mi nombre y volteo.
—¿Quién es?
Es mi hermano gemelo.
Continúa 7
Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".