Ser y Devenir 33

Los disparos de verdad no suenan como en el cine, sonidos agudos con un final de eco a la distancia, como un silbido que parece inofensivo. En la vida real suenan como golpes de martillo, el plomo desnudo y el final es un rebote o una persona. Así se escuchó la balacera en la explanada.

La atravesé a toda velocidad mientras el policía me disparaba. Llegué a los puestos de garnachas y, pidiendo a la gente que guardara la calma, me escondí tras un refrigerador y apunté al policía que venía hacia mí. El arma no servía y éste me derribo de un golpe, en el suelo forcejeamos mientras intentaba inmovilizarme. Él pedía ayuda y la gente comenzó a acercarse, hasta que disparó su arma. La bala rebotó en el suelo y le rebanó la frente. Tomé su pistola y me puse de pie de un brinco, lo vi desangrarse e intenté ayudarle pero un tipo corpulento me sujetó por la espalda.

—¡No te muevas, pinche rata!

Una docena de policías corrían hacia nosotros y otros comerciantes comenzaron a acercarse, entonces no me quedó de otra. ¡Bang! Una bala en su pie aflojó todos sus músculos y pude zafarme, disparé a los policías sin ninguna advertencia y cayeron dos; apunté a los comerciantes pidiéndoles perdón y corrí con todas mis fuerzas hacia la calle Francisco I. Madero. Unas patrullas llegaban por el lado norte y corrí hacia el sur ocultando el arma bajo la bata.

Di la vuelta en una esquina y vislumbré a unos cien metros un lote baldío. Ocultando mi rostro, mi caminar y mis intenciones, llegué finalmente al terreno. Crucé la maleza mezclada con basura y unos veinte metros al fondo me dejé caer boca arriba. La pistola cayó a un lado. Ahí me puse a escuchar mientras el cielo se nublaba. El verano se acerca mientras el sol descansa. Las nubes danzan y forman figuras que proyectan mis traumas. El odio a mi padre, la ausencia de mi madre y la soledad eterna. Sólo Mina comprendía, me entendía, sólo ella valoraba lo que yo sentía. Todo lo que yo sentía.

Varias patrullas, sus sirenas a lo lejos y algunas acercándose, pero hasta el momento ninguna ha pasado por esta calle. ¿Eso es bueno o malo? Tal vez nunca pasen, o tal vez pasen porque aún no lo han hecho. ¿En qué pendejadas pienso? Un helicóptero. ¿O dos? Dos. ¿Y adónde iré? De ti no puedes escapar. Eso ya lo sé. ¿Adónde piensas ir? No lo sé, por eso me lo pregunto. Tal vez al mar, con mi familia de Veracruz. ¿Y qué les piensas decir? Nada. ¿Nada? Que soy un prófugo. Pues dejarás de serlo si vas a Veracruz. Entonces al bosque. El rancho de mis abuelos está abandonado. Lo mismo. El rancho de Palmira, casi nadie lo conoce. Ese puede ser un buen lugar. ¿Seguro? ¡Escóndete!

Ya es de noche y una patrulla circula iluminando con una potente luz el terreno baldío. Las luces rojas y azules giran atropellando mi calma. La paranoia es realidad y escucho sus pasos sobre la maleza. Traen lámparas de mano y algunas de sus estelas en movimiento iluminan uno de mis pies.

—Mira, ahí hay algo.

Tomo la pistola.

—¡Salga con las manos en alto!

Cierro los ojos apretando mis párpados.

—¡Apúntale, apúntale!

En mi oscuridad forzada veo el rostro de Mina.

—¡Qué salgas con las manos en alto, hijo de la chingada!

Miro sus ojos y me sonríe, dice que todo está bien y que ella estará conmigo siempre. ¿Siempre? Siempre. ¿De verdad? Aunque tú no quieras.

—¡Ya dispárale al pendejo!

¡Bang!

Mi cuerpo brinca involuntariamente, pero sigo sin abrir los ojos. Mina toca mi hombro y me dice calma.

—¿Sí le diste?

—Pero no se mueve.

—¡Vuélvele a disparar!

Me van a matar. No te va a pasar nada. ¿Cómo sabes? Y me besa en los labios. Quiero abrir los ojos pero vuelvo a temblar en los siguientes disparos.

¡Bang, Bang, Bang!

—¿Ya se murió?

—Pues creo que ya.

Sentí uno de los pasos cerca de mi cabeza pero se siguió de largo.

—¡Mira, era un perro!

—Pinche perro pendejo.

—Yo creo que ya estaba muerto.

—Nel, sí se estaba moviendo.

Las pisadas se alejaron, las puertas de la patrulla se cerraron y el sonido del auto se perdió a lo lejos. Miré el cielo y las nubes formaban figuras de animales, finalmente un perro, primero sentado y luego corriendo. Miro la pistola a contraluna. Entonces escucho un leve gemido, éste se repite mientras la maleza apenas se mueve. Me siento y observo. Nada, pero el gemido, aunque pausado y débil, es constante. Me pongo de pie, busco el origen y, a un lado de la madre muerta, encuentro a dos pequeños cachorros.

 

Continúa 34

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".