Me dieron de alta y me llevaron a la común galera, un pasillo de tres pisos con un patio rectangular. Las celdas olían desde lejos y los gritos amenazaban lo abstracto. Todo y nada. Poder y sometimiento. La constitución política del lugar y una jerarquía escondida institucionalmente. Las puertas se abrieron y todos comenzaron a gritarme.
Toalla, jabón y uniforme (calzón, pantalón, camiseta, camisa, calcetines y zapatos) en mis manos. Un policía me empuja para que siga a otro. Primer piso, fondo a la izquierda. Una celda vacía. Entro, me repiten las mismas reglas y cierran la reja. Una caja. Dos por dos. Grises las paredes, negros los barrotes y plateados los pocos muebles. Una litera. La de abajo está vacía y la de arriba tiene una cobija. Al parecer no estoy solo.
Acomodo mis cosas abajo y me acuesto. Afuera sigue el ruido y en mi alma el silencio. ¿Cuánto tiempo estaré aquí? He preguntado y nadie me ha contestado. Me dicen cosas que no recuerdo y me recuerdan cosas que no son ciertas. Tengo que mantenerme alerta, no confiar en nadie y seguir mis instintos. Siempre el consejo de mi hermano.
Dan las ocho y apagan las luces, sigo solo en la celda y el silencio se ejerce por los gritos de los celadores. Me llevan la cena. Una charola plateada con varios hundimientos pero sólo ocupa dos. Frijoles y un bolillo duro. Dos pastillas, una amarilla y otra naranja. Un vaso desechable con agua. Se retira sin decir nada. Lo bueno de aquí es que nadie me obliga a tomarlas. Las echo por el escusado plateado y dejo los frijoles intactos.
Me acuesto, cierro los ojos y la filosofía acaece involuntariamente. ¿Cuál es la esencia del mundo? ¿Qué es el mundo? ¿Qué es la vida? ¿Cuál es el origen? El océano.
Una célula se mueve lentamente, suavemente, juguetonamente en la profundidad del agua y sus colores; se deja llevar por la corriente de mar. Entra otra célula. Se encuentran y bailan, giran entre sí, conociéndose. Se excitan y se unen, se funden formando una nueva célula, ésta con flagelo. La célula se mueve suavemente, bailarina y alegre. Se encuentran y bailan, se excitan y se funden formando una planta acuática. Queda inmóvil moviéndose únicamente con el vaivén de la marea. Entra una tercera, diferente a las anteriores, se adhiere a la planta que se transforma en una medusa. Entra otra célula distinta y se funde en la medusa, que se transforma en el primero de los peces. El pez nada con dificultad, torpemente, pero poco a poco nada fluidamente.
El pez sale del agua, se arrastra torpemente. Encuentra el modo y, paulatinamente, se arrastra con facilidad. Le salen patas. Los dinosaurios llegan y se vuelven a ir. Un roedor. Sube a un árbol y come fruta. Se rasca la cabeza, baja de un brinco y se transforma en un primate. Recorre el lugar, se come sus pulgas y se cuelga de una rama. Baja de un brinco y se endereza transformándose en un Australopithecus. Entra un antílope, lo acecha e intenta cazarlo pero no lo logra y el animal sale corriendo a salvo. Frustrado hace berrinche, descubre una piedra en el suelo y la toma; juega con ella y se golpea la cabeza con ésta transformándose en un Homo habilis.
Entra el antílope y vuelve a acecharlo, ahora utiliza la piedra y lo derriba matándolo con múltiples golpes en la cabeza. Respira agitado mientras otros dos de su especie se asoman precavidos, entran lentamente; pero éste les ahuyenta agresivo, entonces, y convenientemente, se muestran cabizbajos y sumisos. Finalmente les permite alimentarse de “su” antílope, situándose al centro y, comprendiendo su posición, simbólicamente con los brazos abiertos.
—¡Tú quién eres! —me despierta un gigante.
—Soy tu compañero de celda.
—¡Yo no tengo compañero de celda!
—Ahora lo tienes.
Lo piensa, me mira y, sorpresivamente, me sujeta el cuello con su fuerza brutal. No puedo respirar y pataleo intentándome zafar.
—Más te vale que no me molestes —me advierte. Apenas puedo negar y, luego reírse de mi expresión de sufrimiento, termina por soltarme—. Así que ya sabes —remata y se sube de un brinco a su litera. Me toco el cuello, me duele al tragar saliva y un poco al respirar. Tengo miedo. ¿Cuánto tiempo estaré con este engendro? Todos los días serán un infierno. Me quedo temblando en silencio.
—Mátalo —escucho la voz de mi hermano.
Continúa 15
Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".