La nieve cubría lentamente el castillo Humboldt, la blancura se compartía en todos los copos desde su inicial viaje en el cielo hasta el suave descenso en el suelo y, paulatinamente, el hielo se formaba melodiosamente a las orillas del lago expresando el incomprensible deseo de los espíritus de invierno.
Miro por la ventana, rompo los papeles entintados que tengo enfrente y me siento frustrado por no poder escribir bien. No sale, no me sale, no puedo hacerlo. Aquí no hay inspiración. Maldito sometimiento, malditos horarios y maldita formalidad. No quiero seguir sometido a los horarios formales de este infierno. ¡Maldito internado! ¡Maldito internado para burgueses! ¡¡Malditos burgueses!! Ya hablas como tu hermano. ¡Cállate! No lo creo. ¡Él es un sabio! ¿No estás exagerando? ¡Cállate! ¿Por qué? Ojalá yo fuera como él. Está haciendo, según él, la revolución ¿verdad? Ya cállate. Quiero escucharte. Apostándole a un error. ¿La revolución es un error? Su revolución. ¿Y cuál es tu revolución? Trascender la historia de un error. ¿Superar la metafísica? La comprensión ontológica.
—Creo que ahora sí necesito el medicamento —digo en voz alta.
No lo necesitas.
—¡Sí lo necesito!
—¿Interrumpo algo? —me pregunta Noah quien, asomándose por la puerta, viste tremenda chamarra y un frondoso gorro rojo.
—¿Qué quieres?
—¿No vas a venir?
—¿Adónde?
—Es la clase de educación física. Hoy es el examen.
—¿Examen de qué?
Salimos a jugar futbol americano con el entrenador Billy Jones, exjugador de Notre Dame, quien para ahorrarse una nueva selección de equipos, usó el mismo criterio que el doctor Solange. El equipo azul de los grandes magnates, el rojo de los cerebritos, el verde de los neonazis, el amarillo de los atletas (quienes en dicha justa tenían clara ventaja) y, nosotros, el equipo naranja de los freaks.
—Orange is the colour! —vuelve a gritar Benson emocionado cuando de repente, alguien de un equipo contrario, le avienta una bola de nieve en la cara que lo noquea.
Noah, Sam y yo vamos a ayudarle mientras Bob comienza a reclamar buscando al culpable, empero, en vez de ello se encuentra con empujones, jalones e insultos por parte de los nazis. Noah intenta ayudarle pero se le interpone Kalten tomándolo violentamente por el cuello y amenazándolo con su puño:
—¡Te voy a matar, maldito judío!
Entonces interviene todo el equipo amarillo para defenderlo. Kalten, temeroso, suelta a Noah y, aunque el entrenador Jones lo presencia todo, sólo se le envía, con un simple reporte de indisciplina, a la oficina del director.
—Me debes una, Bernstein —amenaza Kalten antes de encaminarse hacia el castillo.
Benson se despierta con su propio estornudo y, luego de sobarse la frente, nos pregunta:
—¿Qué pasó?
—Al rato te cuento —le respondo y le ayudo a levantarse.
—Ok, guys —nos dice el entrenador Jones—. Let’s play!
Muy mala idea participar, nos hicieron pomada y hubiera sido mejor reprobar. Mi equipo terminó todo magullado y lastimado, además de que perdimos todos los partidos. ¡Hasta los cerebritos nos ganaron!
En la primera jugada a todos nos mandaron de nalgas, cuando te bloquean tan fuerte que caes estrepitosamente, valga la redundancia, de nalgas. Apenas recibimos el primer golpe y, como tardamos mucho en recuperarnos, ya habíamos perdido nuestro único tiempo fuera. En el segundo partido a mí me rompieron la nariz, a Noah le sacaron el aire por lo que estuvimos con uno menos el resto del encuentro. En el tercer partido descalabraron a Bob y en el último, contra los nazis, Sam perdió un diente de un codazo ilegal que el entrenador no vio o no quiso marcar. Fatalmente perdimos por default cuando Benson, recuperando un balón suelto y, a una dramática yarda por anotar, fue aplastado brutalmente por los cuatro contrincantes dejándolo, nuevamente, inconsciente.
Las campanas del castillo comenzaron a sonar, eran las seis y sólo teníamos quince minutos para llegar a cenar. Al maldito entrenador no le importaron nuestras lesiones y simplemente ordenó a todos regresar corriendo. ¿Corriendo? Todos se fueron menos nosotros, los cinco quedamos derribados boca-arriba sobre la nieve que, oportunamente, nos sirvió para atenuar al momento los golpes, raspones y progresivos moretones.
Benson estornudó recuperando la conciencia de inmediato, miró a su alrededor y, sobándose la cabeza entera, nos preguntó:
—¿Qué pasó?
—Ya acabó todo —respondió Bob.
—¿Ya?
—Afortunadamente —añadió Noah.
—¿Y sí fue anotación?
Todos nos miramos y, sin que nadie respondiera nada, yo asentí.
—Wow! —dijo muy feliz—. ¡Le voy a contar a mis papás!
Sólo para levantarnos fue una odisea, volvimos lentamente y, como podíamos, nos ayudábamos los unos a los otros. Tardamos más de media hora en regresar y, por supuesto, ya no alcanzamos a cenar. No obstante, en uno de mis recientes castigos había dejado en la torre Oeste algunos paquetes de galletas que cada mes recibía de mi tía Eva. Media hora después del toque de queda, intensamente hambrientos, nos reunimos en mi cuarto y, en completo secreto, nos dirigimos a la torre.
La puerta casi nunca rechinaba y esa noche rechinó como nunca, entré alumbrando con mi lámpara suiza y, seguido por mis temerosos compañeros, me encaminé hasta el fondo. Había escondido las galletas en un mueble cerca de la pintura del niño (con el uniforme antiguo), saqué los paquetes y, antes de regresar con ellos, bromeando les pregunté mientras tocaba levemente la sábana que cubría el retrato:
—¿Quieren ver la pintura del fantasma otra vez?
Los cuatro se me quedaron viendo y, tras una pausa, negaron con su cabeza al mismo tiempo.
—¿A poco les da miedo? —insisto sonriendo.
Y los cuatro, también al mismo tiempo, asintieron.
—Bueno —entiendo—, entonces no.
Dejo el cuadro y voy con ellos pero, sin ninguna explicación, una parte de la sábana se adhiere a mi bata y, en los primeros pasos, el retrato queda al descubierto.
—¡Miren! —grita Benson asustado y señalándolo temblorosamente con el dedo, volteo y todos quedamos asombrados, estupefactos, desconcertados.
La pintura del niño ya no tenía al niño
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Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".