Mi mente, cuerpo y corazón fueron puestos a prueba en la lectura del testamento, reunión jurídico-formal con mis parientes, todos acompañados sin excepción por sus onerosos abogados.
—¿Y tu representante legal, muchacho? —me pregunta el notario.
—Prescindí de sus servicios.
—Pero eres menor de edad. ¿Quién es tu tutor?
—Aún no tengo, ¿le interesa el puesto?
Me mira perplejo, voltea a ver a su secretario y le dice algo, éste a su vez lo comunica al resto de los juristas y finalmente éstos asienten.
—Sólo por esta ocasión, muchacho.
—Gracias.
—Pero te costará una lana —discretamente me aclara.
El rancho fue dividido en diez grandes bloques, siendo el más pequeño de quinientas hectáreas incluyendo dos montes, cuatro potreros y diez huertas de pera, manzana y durazno. El mayor incluía la casona y sus descomunales terrenos aledaños, la gran zona de bodegas industriales (todas incendiadas) y el gran aserradero (destruido por completo). Un primo recibió de herencia todo el ganado del rancho (más de mil cabezas) pero ya no quedaba ninguno.
Terminó la lectura sobre el destino de los muebles e inmuebles y no fui nombrado en ninguno de éstos, lo que satisfizo a todos mis primos hermanos, hasta que se comunicó el destino del dinero en el banco.
Veinticinco millones de dólares.
—¡¿Todo es para él!? —las expresiones de terrorífica sorpresa por parte de mis parientes— ¡Cómo es posible! ¡No puede ser! ¡Es un disparate! ¡Pero si fue él quien mató al abuelo! ¡Si es un loco! ¡Él destruyó el rancho! ¡¡Apelaremos!!
Todos salen haciendo escándalo y, al final, me quedo solo en la sala, desconcertado, sorprendido y un poco aturdido, mirando al vacío. Minutos después regresa el notario algo alterado, quiere decirme algo pero no sabe cómo, voltea a su alrededor como si estuviese violando alguna regla o prescripción.
—También puedo ser tu administrador judicial —me dice discretamente— y podemos llegar a buenos arreglos.
—Déjeme pensarlo.
—A fuerza lo necesitas para poder disponer del dinero.
—¿Ya me puedo ir?
Me mira extrañado, reacciona asintiendo algo apenado y, de manera exagerada, me abre amablemente la puerta palmeándome convenenciera-mente la espalda:
—¡Cuídate, muchacho!
Simplemente me retiro, salgo de una casa en el centro de Coyoacán y abordo el auto que me fue asignado (con todo y chofer) por mi abuelo antes de morir. También me dejó una casa en San Ángel, donde resido desde mi salida del hospital. Una casa tipo colonial y completamente amueblada por la vieja arrendataria que murió recientemente. ¿Una novia de mi abuelo? Probablemente.
Atravieso la estancia, entro a la biblioteca y me recuesto en el diván, suspiro hondo y, mientras observo un oscuro óleo, reflexiono en mi nuevo entorno. Suena el teléfono inesperadamente y brinco del susto, contesto cauteloso y, sorpresivamente, después de algunos segundos de silencio, reconozco la voz de mi hermano:
—¿Ya estás mejor?
—¿Cómo me encontraste? —le pregunto.
—En el hospital me contaron todo.
—¿Dónde estás?
—En la terminal de autobuses.
—¿Qué haces ahí?
—Me voy a Chiapas.
—¿Vas a…
—Así es, carnal.
—Pero…
—Vivimos diferente, pensamos diferente.
—No tanto.
—¡Somos diferentes!
—Sólo son diferencias filosóficas.
—Diferencias de vida.
—Pero no te vayas… —le digo luego de una pausa en que intento aguantar el llanto y, por supuesto, con la voz entrecortada—. No me dejes otra vez. Por favor no te vayas…
—Eres lo que sientes y sientes lo que vives, eres lo que luchas y le das sentido a tu muerte. Nuestras diferencias son puntos de vista sobre la vida misma. Y lo digo sin juzgar, carnal, pero cada quien en su personal trinchera seguirá su propia guerra. Somos muy diferentes, hermano. Yo me voy a la guerrilla y tú ahora eres millonario.
—¡Estás equivocado! —le digo, escucho un fuerte suspiro de molestia y, sin responder nada, me cuelga—. ¿Hermano? ¡Hermano! ¡¡Hermano!!
Él persigue su sueño, ¿cuál es mi destino? Su sueño es utópico pero yo ni siquiera tengo el mío. Actualmente quiero escribir un libro pero en ese tiempo no sabía cuál sería mi camino y, aún concibiéndolo, desconocía mi presente destino.
Entra Matatlán, el ama de llaves de la casa para preguntarme qué quiero de cenar y yo, aún con el auricular en la mano, continúo hablándole a mi hermano e inútilmente argumentando:
—¡El sistema marxista sólo funciona si hay un desinterés individual y, por el contrario, el único interés es el colectivo!
Sin embargo, para que esto sea el caso tendría que dejar de existir el egoísmo.
—¡Nein! —me dice Nietzsche semanas después—. Todo acto es un acto interesado.
—¿Aún los actos que se dicen desinteresados?
—¡Esos son los que más! —me grita en alemán.
Continúa 114
Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".