Como hace cincuenta años, hoy marchan los estudiantes de la UNAM del Museo de Antropología al Zócalo. En 1968 se protestaba por la brutalidad del Ejército y el cuerpo de granaderos en detenciones injustas contra estudiantes que días previos habían ocupado el Zócalo; en esta ocasión jóvenes universitarios, profesores y administrativos no exigirán el respeto a la autonomía universitaria, esta vez el clamor de la concentración pacífica será la de recuperar la seguridad del campus, regresar a la normalidad académica y honrar a quienes hace medio siglo abrieron el camino a la democracia.
No se trata sólo de un homenaje a aquellos jóvenes valientes y desafiantes del autoritarismo diazordacista, esa por sí misma hubiera sido una gran causa para recordarnos que los derechos en este país se han ganado con mucho sufrimiento. Por desgracia, la noble UNAM del presente nuevamente ha sido vejada, ahora se trata del agravio a su recurso más valioso: la comunidad universitaria.
La concentración que llenará la ruta Reforma-Juárez-Madero-Zócalo sólo con una caminata, sin arengas ni consignas, hará oír su voz para erradicar la amenaza de grupos porriles, delincuencia y violencia que debilita la misión de la Universidad Nacional. Así, calladitos, los rostros de esa representación de nuestra sociedad pedirán vehementemente la protección del Estado para poder estudiar, nada más.
Acallados por un gobierno que parece olvidarse de su obligación de garantizar la seguridad del país, el estudiantado, el sector académico, los trabajadores y administrativos, tenemos la esperanza de que un poderoso grito estruendoso que sale desde el silencio contribuya a restaurar la paz y tranquilidad necesaria para que en cada rincón de la UNAM, en todas las Facultades, Escuelas Nacionales, Prepas, CCH’s se siga contribuyendo desde la academia, la ciencia, la tecnología y la divulgación a transformar este país en un territorio con mayor justicia y menos desigualdad.
Hoy miles de jóvenes, como lo hicieron los que nos antecedieron un 13 de septiembre, caminarán por Reforma y se dirigirán a la Plaza de la Constitución con una única consigna: defender a nuestra UNAM de la violencia.
Como ocurrió en 1968, la unidad es nuestra fuerza y más allá de quien de forma mezquina y oportunista busque en los movimientos estudiantiles un propósito distinto, con raja política, por ejemplo, hay que recordarles que la mayor parte de los universitarios, esos que sí tienen mucha conciencia social, apuestan por reivindicar un principio más importante: el respeto.
Sí, nada más que eso. Respeto entre universitarios conlleva atención o consideración hacia otro compañero. Solidaridad entre nuestra fauna puma que te obliga a preocuparte por el bienestar de los compañeros de Azcapotzalco, Vallejo o cualquiera de los planteles que la estén pasando mal; implica abrazar al otro y en nombre de esa raza y espíritu vasconcelista defender con todo nuestro ser la integridad de nuestros camaradas que son amenazados por esa escoria llamada porrismo.
Compartimos el dolor y la misma preocupación, porque a todos nos puede tocar, porque todos somos una comunidad que aunque seamos diferentes en edades, condición económica, ideología, origen étnico, nos unificamos en nuestro agradecimiento a la institución que nos formó y nos afecta, hasta el tuétano que lastimen a un universitario como nosotros.
Como la UNAM es un gran laboratorio social, aprendemos en sus clases que el respeto a nuestras diferencias, el pluralismo ideológico, ese que se observa en cada rincón del territorio azul y oro, el que nos da grandeza y nos foguea para promover fuera del campus la buena convivencia entre personas muy diferentes y ser también solidarios que todas aquellas injusticias que ocurren en nuestro país. Ahora nos tocó a nosotros, en ese espacio que creíamos puro y seguro. Dejó de serlo y nos urge recuperar esa armonía, esa tranquilidad.
Nos acercamos rápidamente al trágico aniversario del 2 de octubre, el repaso de la historia siempre resulta una lección para no cometer errores. Parafraseando a Juan Gabriel: aquí estamos en la lucha social de siempre, con los mismos estudiantes y con el mismo régimen. Ese que en 1968 se olvidó de ceder a un pliego petitorio justo y en cambió vació de balas los fusiles de los militares. De entonces a la fecha quiero pensar que esta pesadilla no volverá, y luego recordamos la masacre estudiantil de Ayotzinapa y de nuevo la realidad nos recuerda que no hemos superado la barbarie. Y aunque hemos alcanzado importantes libertades en estos años, sigue siendo frágil nuestro Estado mexicano, incapaz de proteger a sus ciudadanos y a sus estudiantes.
En silencio esta tarde se conectarán emociones coincidentes, suspiros contenidos y algunos, seguramente derramaremos una lágrima porque cuando los universitarios abrazamos una causa común somos, como diría el maestro Herbert Marcuse, ideólogo de aquella maravillosa generación de 1968: “Seamos realistas, pidamos lo imposible…la seguridad en la UNAM”.
Por: Mario Ortiz Murillo
Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.