Sólo cuando nos llega la mierda al cuello decidimos actuar y sacamos a relucir, en ocasiones, nuestra conciencia. Como especie, hemos tenido mil oportunidades de respetar al planeta y el entorno y la mayoría de las veces los seres humanos hemos causado destrucción, desolación y muerte, pero no sólo para el medio ambiente, sino también para todos los pueblos que se han opuesto a nuestros apetitos, como lo fueron los pueblos originarios en este continente.
Son tantas las heridas que le hemos propinado al planeta, así como a otras especies -de las cuales hemos extinguido muchas-, que la Madre Tierra debería escupirnos el rostro, que nuestra memoria histórica debería hablar del crimen, la tortura, la depredación como marco de intereses oscuros, pero nos limitamos al triunfalismo de cátedra o de escritorio, a la lucha entre buenos y malos, sin someter a juicio quiénes son los malos y por qué lo son.
Ahora estamos en la lucha contra el plástico, material que nos amenaza, nos vulnera, y al vulnerar a otras especies pone en riesgo la estabilidad del planeta; peleamos por desaparecer al popote o la pajilla de plástico, pero esto es insuficiente, pues las condiciones de depredación del planeta denotan acciones en diversos frentes, pero como señalaba el escritor Mario Benedetti: “algo es algo”.
La devastación de nuestra Tierra es inenarrable, pero las críticas al respecto suelen sucumbir ante los intereses económicos, los cuales utilizan al Estado para golpear, para asesinar y controlar a quienes se oponen tratando de proteger y sanear el medio ambiente y el patrimonio de los pueblos y las especies de animales.
Estoy cansado de las retóricas de escritorio, pocos son los ejemplos de aquellos que se han podido oponer a los tiranos opresores, a los buitres que se sirven de los hombres y que han sido capaces de depredar la vida con la complacencia de los gobiernos y de los mitos del progreso.
Las heridas a la Tierra están presentes como espinas que corroen la piel, pero poco o nada hemos hecho para preservarla, quizá porque pensamos que vivirá por siempre. La Tierra tal vez, nosotros no.
Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.