“Proverbios” es un libro sagrado y dice que con la sabiduría que dan los años y la experiencia: “hablar mucho es cosa de tontos; saber y callar es de sabios” y tiene razón, porque hablar mucho es el camino seguro para equivocarse o decir cosas que después se lamentan por imprudentes con un costo fuerte, muchas veces.
En política se debe cuidar la lengua, porque hablar por hablar o sin pensar antes en lo que se puede provocar, nos retrata como alguien que no piensa antes de hablar y, más bien, piensa hasta después de hablar.
Tenemos en el proceso electoral dos candidatos fuertes: Julio Menchaca de Morena y Carolina Viggiano del PRI.
¿Quién de los dos tiene más prudencia y cordura a la hora de hablar?
¿Quién de los dos inspira más confianza porque la provoca en su exposición y certeza de que lo que dice lo sostendrá en los hechos?
Afirmaciones como esa de que los espectaculares de AMLO que se pueden ver en las calles los pagaron ciudadanos con su dinero es una vacilada que al final le cuestan a Morena descrédito y dudas sobre todo de quien lo dijo, Andrés Caballero, presidente del Consejo estatal de ese partido, que da la impresión de que no cuida sus expresiones.
Y, del otro lado, afirmaciones como esa de que nadie conoce a los funcionarios del gobernador Fayad, como para descalificar al gabinete actual, es negarle presencia -hasta nacional-, a gente como Jessica Blancas o José Luis Romo y muchos otros, que destacan por su buen trabajo, con la lectura inevitable de que algo no termina de caminar bien entre el gobernador y la apuesta priista para la gubernatura.
Y viene la campaña en que lo que se diga se convierte en compromiso público y en responsabilidad de quien lo afirme.
Veremos quién se manifiesta con la sabiduría de un discurso maduro y realista, fuerte -seguramente en muchas ocasiones-, pero sin convertirse en piedras que destruyan más que construir.
Se tiene que observar cómo hacen uso de la palabra, si dejan que hable la gente y se manifiesten en pro y en contra, porque quien se apropia de la palabra y no deja hablar mucho al de enfrente, no está en plan de diálogo sino de imposición y ya se sabe QUE PARA SABER HABLAR HAY QUE SABER ESCUCHAR.
Es tan delicado saber hablar, que dice un refrán que “el pez muere por la boca”.
Y en muchos casos es mejor, no siempre, saber callar, porque se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar.
Con estos elementos ¿quién de los dos candidatos fuertes sabe hacer mejor uso de la palabra?
Veremos y diremos.