¿Por qué los pobres no van al cielo?

Aunque mucho se ha discutido sobre el origen de la pobreza, no es complicado entender que es responsabilidad de quienes ostentan el poder político.

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Por: Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.

Me agotan las parábolas del absurdo que por centurias han tratado de justificar la pobreza, al grado que nos han hecho creer que es producto de razones sórdidas como que los pobres son imbéciles, que son genéticamente determinados para el fracaso, o bien, que la pobreza es algo natural, tal y como es la vida sobre la Tierra. Este último argumento es tan brutal que me he llegado a preguntar si en las colonias de hormigas existe la pobreza.

Desde la serie de modos de producción que han coexistido, salvo la estela de la comunidad primitiva, donde no prima la competencia humana sino la colaboración social, hemos presenciado a la pobreza como producto de un solo vector que la hace posible: el poder político.

Si atendemos desde la comunidad política de Grecia y Roma, o bien, desde las formaciones de los estados medievales en Europa, e incluso hasta los imperios como el azteca, el maya o el inca, hasta llegar a las linduras y lisonjas del capitalismo mercantilista y el industrial, nos topamos invariablemente con que las formas de dominio desde el ámbito político han concentrado y direccionado la riqueza, beneficiando a un grupúsculo que utiliza el poder de jure y de facto para engordar, mientras los pobres suelen también engordar, pero de amibas.

El epílogo de la pobreza y los pobres en nuestros días está determinado por los vectores y flujo de relaciones entre la concentración del poder político y económico, por lo que las construcciones de la ingeniería constitucional centradas en el amparo de la propiedad privada, en todas sus dimensiones, han cancelado las oportunidades de desarrollo y equidad a ese sector vulnerado y vulnerable al que denominan “pobres”.

Sin embargo, en los discursos de las parafernalias políticas es indiscutible que permea la “buena fe”, pues en cada gobierno se habla de combatir la pobreza cuando el mismo gobierno no puede ni combatir a la delincuencia, gran ironía porque la delincuencia también es un asunto de concentración de la riqueza y control político en favor de un grupúsculo.

¿Por qué los pobres no van al cielo? Porque las compañías de aviación cobran los boletos y porque la Iglesia ya lo vendió como bienes raíces y, por ende, lo acapararon los ricos por medio del gobierno.

 

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