Como las personas, las ciudades se lastiman. A veces esas heridas no se notan, pero forman parte de la manera en que se vive la ciudad, las prácticas culturales y su vida socioeconómica. En la mayoría de las ocasiones, las lesiones son visibles y se convierten en molestias para la vida del día a día de todas las personas que la habitamos. Es sabido que Pachuca es una ciudad llena de baches que en la temporada de lluvias se convierten en un verdadero dolor de cabeza para todos.
“Bachuca” es el mote que ha recibido la ciudad gracias a este problema. De inicio parece gracioso, pero en realidad es una manera de externar la frustración de quienes no podemos vivir de otra forma en este lugar. Y es que un bache no solo es un bache: es corrupción, es burocracia, es una cadena de incompetencia, es indiferencia.
Para la administración pública, la culpa de los baches siempre es del presupuesto, de que no hay dinero que alcance para tapar cada hoyo de la carpeta asfáltica de la ciudad. ¿Es así? ¿Qué es lo que no hay cuando un problema como éste se repite una y otra vez? En una reciente reunión, la presidenta de la Comisión de Obras Públicas, Desarrollo Urbano y Vivienda del Congreso del Estado, Jajaira Aceves, ha propuesto la recaudación (sí, más impuestos) como la mejor alternativa para hacer frente al problema de los baches en la entidad.
Afirmó que no vale la pena que los municipios se endeuden para mejorar las condiciones de calles y carreteras. Suena lógico, de principio. Pero sin un plan técnico hecho por profesionales y con los problemas de corrupción en la obra pública que ya conocemos, las cosas seguirán siendo iguales. Los baches seguirán tapándose con gravillas y arenas que se van con un suspiro y los bolsillos de las ciudadanos deberán pagar, como siempre, por todo lo que se hace mal.
Si las cosas se hicieran de otra manera, la recaudación sería justa e incuestionable, pero en realidades como la mexicana, estamos seguros en lo que no podemos confiar.
