La historia política de México da cuenta de sexenios sin los expresidentes, o por lo menos la tradición tricolor así lo enseña en sus reglas no escritas. Contraviniendo toda sana costumbre, José Francisco Olvera Ruiz hace su aparición en Hidalgo con base en otra premisa tricolor: “El que respira, aspira”.
El mandato de Olvera Ruiz ha sido señalado como un periodo de corrupción y gris en términos de aceptación ciudadana; sus escándalos forman copiosas listas, y sin embargo retorna con suficiente fama y peso político como para entronarse en más de una región.
Muchas teorías surgen sobre la táctica de Olvera para generar su respetable coto de poder contra todo presagio, aunque poco se habla del origen, que inició desde su paso por las diputaciones locales, sin olvidar aliados universitarios que lo siguen acompañando.
El momento en que logró consolidar el clan olverista fue su arribo a Casa Rule, donde temporalmente convivió gran parte del grupo que intentó destacar durante seis años. Si algo se debe reconocer en la figura del exgobernador es que cuenta con muchas lealtades y cariños de su grupo compacto, que ante las inclemencias políticas no abandonó el barco.
Políticamente, al momento de entrar a Pachuca Olvera Ruiz se apoderó inmediatamente del Grupo La Joya, tomando a su líder, Darío Pérez, como asesor en toda materia, al grado de concederle un rol protagónico.
En la prehistoria pachuqueña el Grupo La Joya “hizo por décadas la política en Hidalgo”; en su época de oro, sus reuniones contaban con tamañas luminarias como Nuvia Mayorga, Laura Vargas, Paula Hernández, Carolina Viggiano, David Penchyna, y más de un exgobernador.
Pasados los años, el último gran golpe político de La Joya fue hacer presidente de Pachuca a Olvera Ruiz, y al mismo tiempo cayó en decadencia con un raquítico grupo con figuras como Mirna Hernández, Cristina Cortés, Erika Trujillo o Ramón Vicente, que son ejemplo de prepotencia, un precario nivel cultural y antipatía entre los pachuqueños.
Olvera Ruiz estuvo a punto de perder la gubernatura con Xóchitl Gálvez, pero fue gracias al trabajo de partido que la historia se pintó tricolor y, por cierto, uno de los priistas más metidos que dio batalla a la Gálvez fue el hoy gobernador, Omar Fayad, quien encabezaba al PRI.
Una vez en cuarto piso, Francisco Olvera logró ir consolidando su grupo político, que durante los primeros años no tuvo mayores altercados. Fue a mediados de sexenio cuando mucho se habló de fracturas políticas que a años de distancia parecen más bien espejismos creados por algunos hombres y mujeres de confianza que, molestos por no destacar, generaron una serie de intrigas palaciegas con fatales consecuencias.
Salvador Elguero, Miguel Cuatepotzo, Fernando Moctezuma y Ricardo Crespo fueron los susurrantes que imploraban un escenario político que les permitiera crecer sólo a ellos y su gente, fue así como buscaron aislar a Olvera Ruiz de todo contexto real.
El más claro ejemplo fue cuando la raquítica figura de Ricardo Crespo se sintió suficiente para aspirar a la gubernatura y hasta crecer a su joven promesa como presidente del tricolor (bien dicen que la historia está condenada a repetirse), fue así como intentó desbancar al aspirante que creía el más débil: Omar Fayad.
Crespo generó toda una estrategia de crecimiento político a través de quejas por lo que sentía protagonismo del senador con licencia, llegando al punto de “cerrarle” su oficina en el CDE o prohibir el contacto con él.
Fue así como Olvera Ruiz comenzó a labrar el distanciamiento que más caro le costaría, pues fiel a sus amigos, permitió “calentar” los ánimos.
Miguel Cuatepotzo ha acumulado tantos señalamientos por desvío de recursos que merece su propio espacio.
Mientras Salvador Elguero está desaparecido de la escena, y Fernando Moctezuma lucha con todas sus fuerzas por sobrevivir políticamente, fue ésta la dupla de mayor influencia en el exgobernador.
El retorno de Olvera Ruiz implica que Crespo, Cuatepotzo, Elguero y Moctezuma tengan de nuevo esperanzas y alientos de resurgir.
La presencia de Olvera de forma permanente llevaría a la movilización de sus huestes, que harían contrapeso al grupo del ahora gobernador y buscarían colarse en las primeras planas de medios amigos o filtrar rumores de esferas altas, es decir, una estrategia en movimiento.
Los rencores en política tienden a ser permanentes, y el grupo olverista susurra: “Vamos a regresar”.
Un olverista disfrazado de oveja es Alberto Meléndez, quien -en algún momento mencionamos- había sido colocado como hombre de confianza del exgobernador, logrando ser palomeado por circunstancias aún extrañas, pese a que se intentó difundir un rumor diferente. En ese momento Meléndez Apodaca sacó todo su corazón para apoyar a sus amigos de sus mejores años políticos.
En el distrito de Tula es bien sabido que el solo nombramiento de delegados primero es aprobado por Fernando Moctezuma, que además pide la asistencia del grupo regional de delegados en sus eventos de gestión. Las renovaciones de comité están totalmente supeditadas a la palabra del diputado federal, y el crecimiento político de cualquier figura implica también su visto bueno. La forma reverencial en que es tratado al interior del CDE evidencia de qué lado late el corazón.
Otro de los consentidos es Jorge Márquez, que junto a Emilse Miranda decide el destino de la zona Otomí-tepehua; a pesar de que el gobernador será quien apruebe ciertos municipios en particular, los delegados políticos “hábilmente” rellenan e inflan listas con nombres proporcionados por sus mecenas con toda la aprobación de Meléndez.
Pedro Luis Noble no es la excepción, pero es en el municipio de Atotonilco el Grande donde los afectos olveristas de Meléndez Apodaca se vuelven transparentes.
Pese a todo lo declarado, reviven a Leticia Chapa Guerrero para darle prioridad en la decisión de fórmula, no hay que olvidar que en su momento sonaron tórridas amistades con el secretario y los subsecretarios de Sepladerym. Además, fue Chapa Guerrero quien, dicen, en su municipio financió la campaña panista (de quien por cierto es recordada por sus lazos familiares y vieja militancia azul) y fue el propio Meléndez quien la denunció como traidora.
Mixquiahuala de Juárez implica afectos y cariños con Yesenia Hernández Valdés, a quien también la unen borracheras y celebraciones, además de que obtuvo la candidatura regalada de Meléndez-Ibargüengoitia, pues fue ella motivo para bajar al “porno candidato». A pesar de todo, logró tremendo rechazo en su municipio, que culminó en derrota, total, una más que reviven.
Poco a poco hacen a un lado a toda la clase política para salvar al grupo olverista, buscando bloquearle información al propio gobernador y apostando a decir: “El presidente hay muchas cosas que desconoce” (dicha afirmación lo haría inepto).
Pero la batalla real de Olvera Ruiz es por Pachuca: todo rey necesita su trono y un cetro con una joya.
Un vacío de poder no permanece vacío por mucho tiempo, casualmente todo esto coincide con el retorno de una guerra sucia intensificada que resalta las “cualidades” de Cristina Cortés y Erika Trujillo, mientras Alberto Meléndez le abre paso a Ramón Vicente.
Olvera en Pachuca tiene fuerza, pues es su lugar de origen y como cualquier expresidente tiene un número de seguidores. Por otro lado, es la luz de esperanza para muchos que se sienten abandonados o hasta hechos a un lado por el gobierno actual.
Una senaduría no sería difícil de conseguir dentro del tricolor, de mayoría relativa o plurinominal, el fuero que vendría con ella no le caería nada mal.
De darse la senaduría, saldría de la jugada alguna o algún suspirante y entra en la baraja algún hombre como suplente y de nuevo los corazones olveristas suspiran.
La fórmula es sencilla, y alguna vez el gobernador la utilizó: suma a los molestos, divide a los contentos y vencerás.