El sistema que rige al mundo contemporáneo engendró, entre otros monstruos, al político profesional. Las características generales de éstos brillan con más vigor en México porque es raro el espécimen dedicado a la política cuyas raíces no se hallen en la Trinidad del PAN, PRI o PCM (Partido Comunista Mexicano), y cuya educación en esas malas artes no se desarrolle a la sombra sangrienta del que fuera partido hegemónico hasta el 1 de julio del 2018.
Y no es para aterrar a nadie, pero lo anterior quiere decir que estos bichos son hijos de Adolf Hitler si son panistas, de Yosif Stalin si se decían comunistas o de Plutarco Elías Calles si se acogieron al PRI, de cuya madriguera extraigo cuatro citas que definen el ejercicio de la política hegemónica:
En política, los amigos son de mentiritas y los enemigos son de de veritas.
Un político pobre es un pobre político.
Nuestra democracia es tan transparente que no se ve.
Moral es un árbol que da moras.
Esto significa que los políticos del viejo régimen son hipócritas e inescrupulosos: siempre quedan bien con quien conviene y destruyen sin piedad a quien no. Para ellos el robo es directamente proporcional a la eficacia, al igual que la distancia de su miseria original y la velocidad con que venden hasta a su madre con tal de no volver a la pobreza. Que trepan con trapacerías y se sostienen -mediante un proceso de perfeccionamiento y deshumanización- en un universo aparte donde lo que se resuelve con dinero siempre será barato comparado con la necesidad de causar peste, sangre y hambre a sus gobernados. Un universo donde no cabe la ética en ninguna de sus formas ni concepciones, pues el político profesional es amoral, pragmático sin valores ni convicciones sólidas.
Ahora bien, ninguna mujer puede decirse acreedora a un pago por el ejercicio de su maternidad. Tampoco Frankenstein se atrevería a reclamar un sueldo, sueldo de privilegio por el hecho de ser horrible. Nadie debería pagar honorarios al místico y al erotómano. En otras palabras, ¿puede una mujer soltera y con hijos decir que es madre profesional? ¿O pueden acaso considerarse feos de profesión los chuchos perredistas, los prianistas Lozano, Fecal y Marthita, y las y los -¡ay!- tan abundantes Lyn May priistas? La inclinación vertiginosa a los abismos espirituales o carnales, ¿son argumentos para hablar de místicos y sensuales profesionales? Claro que no, esas y otros anteriores, aun siendo elementos estructurales de la personalidad, no dan derecho a cobro.
Entonces, ¿por qué el político se apropia de un aparente poder, que sólo es una terapia fallida y carísima para curar carencias psicofísicas muy personales? Peor aún, la política actual se realiza a cambio de cantidades obscenas de dinero, en gran parte mal habido. Y no sólo eso, de pilón trae el maléfico beneficio de la impunidad para delinquir con toda la capacidad de los incapaces que medran en ella, a cambio de un riesgo mínimo y una cuota también mínima.
Ser político ya no puede seguir siendo lo que las peores costumbres y los más funestos requerimientos del statu quo han moldeado hasta el ridículo de integrar una “clase política”, subespecie involutiva de la raza humana, regresión a fases superadas por el Homo Sapiens y el Antropopitecus Erectus. Urge extinguir esta política antes de que su apocalipsis termine con la vida, y volverla el cumplimiento temporal de una obligación social, obligatoria, gratuita y laica…
Por: Agustín Ramos
El tiempo pasa, lo digo yo que nací en 1925, según los dueños de la palabra municipal. El tiempo pasa, hace un rato era de día y ahorita son las once con trece minutos de la noche. Me llaman Agustín Ramos (fíjense bien que no digo "me llamo", porque no acostumbro llamarme a mí mismo, ¿para qué?, si casi siempre estoy aquí conmigo). Nací en el año ya dicho por los ilustres poetas funcionarios, más ilustres que poetas, eso sí, aunque también el lustre y el puesto de funcionario les venga por la digna vía de la autopromoción. No es por hacer sentir menos a nadie, pero soy de Tulancingo... je, je. Me llevaron a México y ahí me puse a vivir. No concibo la escritura como algo distinto a la vida. Digo "viví" y es lo mismo que si dijera "escribí"; escribí millones de hojas, quince libros, o menos, como 17, entre novelas, ensayos y cuentos, sobre todo de temas históricos. Esto último gracias a la soberbia historia minera de estos lares míos y a la nostalgia que estos lares míos me producían cuando estaba recién llevado a México, ciudad donde viví y amé casi tanto como aquí. Y, bueno pues, ya son las once con 24. ¿Ven?, se los dije: el tiempo pasa, que me lo digan a mí que nací en 1925... Yo, el rey.