En el caso de Monterrey, donde un estudiante de secundaria disparó e hirió a sus compañeros y a su maestra para finalmente intentar suicidarse, sería absurdo rasgarse las vestiduras y voltear la cara en busca de culpables sin aceptar la parte de culpa y responsabilidad que a todos nos toca para cerrar la puerta a la violencia, al abuso, a la corrupción y a los falsos profetas que cosechan donde no siembran y a los que ya va siendo hora de frenar de manera definitiva y que en nuestro estado conocemos de sobra como vividores de la política.
Con lo sucedido este día en Monterrey está claro el papel de imitación de otros países por hechos que encuentran, sobre todo en Internet, un campo amplísimo de difusión y el abandono de los hijos por parte de los padres, así como un sistema educativo que divorcia a la familia de hijos y maestros.
Sería lamentable cargarle la culpa, como es la moda, al presidente Peña Nieto. Es más bien una buena oportunidad para que cada quien haga lo que debe hacer: sociedad civil, padres de familia, maestros, iglesias, periodistas bien intencionados y en general quienes aman este país.
Pero que no suceda nunca más otro caso como el de Monterrey, donde la violencia mortal muerde a nuestros niños.