Claudineth Beatriz Tovar Delgado
Escribo esto mientras veo llover por mi ventana. En Cantabria llueve mucho, pero como decimos los que vivimos aquí: “Da gusto ver todo verde en los campos… si no, habría que regarlos”.
Aún me parece que fue ayer, pero hace 25 años que llegué a España invitada por una amiga madrileña que hacía voluntariado en el zoológico donde yo trabajaba, en Monterrey.
España me recibió con los brazos abiertos y creo que fue en parte por ser mexicana y por esforzarme por aprender e integrarme a su vida cotidiana. Siempre he sentido mucha empatía por las personas que, como yo, un día tomaron sus maletas para conocer un país y decidieron quedarse, asumiendo lo bueno y lo malo, transformando el duelo de no estar con los tuyos en miles de experiencias para crecer.
Llegué de 23 añitos, casi recién licenciada en Veterinaria por la UANL y con mucha curiosidad por el Viejo Continente. Casi sin darme cuenta, empecé a conocer lugares y personas que me abrieron expectativas a una nueva vida. Conocí al padre de mi hija y me establecí en Cantabria porque de aquí era él.
Es un sitio precioso, muy verde y con un mar fuerte y bravo que recuerda a los cuentos de piratas. Su clima templado y frío permite disfrutar de la nieve en invierno, con una estación de esquí (Alto Campo) y en verano nos deja disfrutar de las más de 90 playas en su haber. Es un paraíso.
La vida es tranquila, todo queda relativamente cerca, la gente es cordial y muy poco dada a sociabilizar con extraños; cuesta entrar en los grupos de amigos, pero una vez que lo haces, son gente amable y cercana. Como buenos cántabros, cuidan de los suyos y de su tierruca.
Desde que llegué me he dedicado a aprender y salir adelante sola. He trabajado de mesera, teleoperadora, comercial y, finalmente, desde hace unos años me desempeño como delegada comercial en el sector veterinario. Aunque no he podido homologar mi título, no ha sido impedimento para trabajar y sentirme autónoma profesional y personalmente.
Siento que estar aquí es una oportunidad para ver a mi país con otros ojos, unos ojos que permiten apreciar los colores, sabores y sonidos de mi tierra; valorar ese lenguaje tan cariñoso (mi´jita, huerquilla, chamaquita) y aprender otra cultura.
Cantabria es un pequeño estado, pero tiene muchas riquezas: entre las gastronómicas están los sobaos (panes hechos con mantequilla), la quesada (un pay hecho de cuajo y mantequilla), el orujo (una destilación fuerte, como el tequila), los mariscos (muy diferentes por el tipo de agua tan fría del Mar Cantábrico) y entre sus riquezas geológicas se cuentan las Cuevas del Soplao y de Altamira, famosas en el mundo por su singularidad.
Puedo decir que se vive bien, con tranquilidad y de manera segura: mi hija de 16 años puede salir sin problema a cualquier hora. Se organizan muchos eventos al aire libre y disfrutar de una playa a tan solo 10 minutos me hace sentir muy feliz de vivir aquí.
Los mexicanos que vivimos aquí solemos juntarnos para celebrar nuestras fiestas patrias, añorar nuestras costumbres y transmitírselas a nuestros hijos, que son los que irán a México y deberán sentirse como en casa. De nosotros depende que sigan estando orgullosos de nuestra cultura.