Cuando el científico chileno Humberto Maturana publicó su libro “La objetividad, un argumento para obligar”, los caminos explicativos del quehacer científico ya habían transitado por Hegel, quien había sentenciado al respecto: “Lo racional es real y lo real es racional”, dejando una incógnita epistémica para la posteridad: ¿qué es la realidad?
¿Cuándo un pueblo está dormido, cuándo sueña y cuándo está despierto? Este no parece un cuestionamiento lineal, atraviesa por el contraste de la realidad y por la metáfora y su romance eterno. Sin embargo, Maturana desechó la observación inmediata del objeto que había impuesto la tradición científica occidental, donde la predicción cognitiva era acertada por la descripción de la experiencia con la realidad, sin percatarse de las consecuencias de la separación operacional que existe entre la experiencia y cómo la explicamos; podemos argumentar que está lloviendo cuando el agua se precipita del cielo, pero el planteamiento está precedido de la experiencia-conocimiento que hace posible esa explicación, lo que se complejiza a nivel de la explicación científica.
En estos días donde la política se ha vuelto un OPNI (Objeto Político No Identificado), el desconcierto de los doctos es desentrañar por qué y por quiénes votan los ciudadanos. La respuesta no parece revestir la objetividad lineal de occidente que advertiría que lo hacen porque son mayores de edad y tienen derechos políticos vigentes, pero esto no incluye su historia de vida, preparación, entendimiento y comprensión política, formación familiar y social, e inclusive, juego de intereses.
Analistas políticos y encuestas sobre cultura política al estilo de Almond y Verba asumen que la masa es débil y manipulable como en los laboratorios del Tercer Reich, pero no solo desde el adoctrinamiento ideológico y discursivo, sino como producto del juicio lapidario de la ignorancia masiva, donde todo se vuelve posible a la hora de la conducción social desde cualquier retórica sin profundidad ni escrúpulo que encuentre enemigos comunes.
En este trazo, la objetividad política se finca en la operación política de la negociación con el cliente-ciudadano: ¿cuánto vale tu voto?, ¿qué deseas a cambio? Esto deja claro que si el voto no fuera necesario para acceder al poder, la objetividad política tendría que cifrarse en otras negociaciones para la conducción social; por ello, ganar una elección implica negociar a cambio de los sueños del pueblo desde la objetividad política sin advertir por qué negociar.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.