Los políticos nos enseñaron a engañar

¿Existe credibilidad y confianza en la clase política? La respuesta es clara: no.

El siglo XX empinó en el escenario político una de las máximas contradicciones del sistema político y su representatividad de gobierno: el engaño político. ¿Por qué sucedió esta cruenta realidad que hoy está presente en los hechos, en la mente y las acciones de las personas? 

La respuesta es de abajo hacia arriba. Los ciudadanos no fuimos ni hemos sido capaces de inmiscuirnos en los asuntos públicos delegando sin compromiso de acción esta realidad a los servidores públicos, quienes se percataron de ello y se convirtieron en juez y parte bajo nuestro beneplácito tácito o abierto; entonces, el poder público tuvo una sola vía y una sola dirección: la que la clase política quiso.

Por ello, cada estancia pública, cada forma orgánica, cada estructura de decisión hace lo que quiere, como lo quiere y para lo que lo quiere; todo ello sin pedir consentimiento a la ciudadanía, la cual no se entera ni cómo está estructurado un plan o acción de gobierno y por qué fue concebido de esta forma; entonces, el ciudadano supone que es para su bien, que si la clase política lo hace es con conocimiento y en pro de la nación.

Ejemplos sobran. El aeropuerto de Texcoco, o más bien, crear otro aeropuerto para garantizar un flujo seguro y de desahogo aéreo es necesario y pertinente desde hace décadas porque el aeropuerto de la Ciudad de México se anquilosó. Empero, su presupuesto, la actuación del capital público y privado, los inversores ¿fueron licitados bajo la venia de la ciudadanía?, ¿la extinción del proyecto fue sometida a juicio de la ciudadanía?

La policía es pública y está diseñada para preservar y custodiar la seguridad de todos los ciudadanos, entonces ¿por qué la clase política usa seguridad privada y no pública?

Al no cumplir la tarea pública y garantizar el bienestar de todo el tejido social, la clase política incumplió el cometido de su función; está concebida para garantizar la Constitución, cumplirla y hacerla cumplir, por lo que todos los ciudadanos deberían tener las mismas oportunidades, cuestión que desde la desigualdad económica hasta la desigualdad cultural evidencia que ha existido un engaño perenne.

Este ejemplo lo replicamos los ciudadanos: no respetamos los límites de velocidad, no siempre pagamos impuestos y también los llegamos a evadir; hacemos fiestas en época de pandemia; no escudriñamos la veracidad del uso del gasto público, no exigimos que cada acción, que cada ley, que cada programa social sea transparentado y explicado por su origen y sus fines; dejamos que nuestros hijos copien en la escuela, que plagien desde internet tareas y proyectos y preferimos que la televisión e internet suplan nuestras enseñanzas para quitarnos de encima a nuestros hijos; cuando no queremos hablar con un vecino, le decimos a nuestros hijos: “dile que no estoy”, por ende, les enseñamos que la verdad no tiene valor.

La clase política nos enseñó a engañar no respetando nuestro mandato y voluntad; hoy, nosotros engañamos en la mayor parte de nuestras acciones porque sabemos que no tienen consecuencias, llegando a afirmar: “si los políticos roban, que no lo haga yo”.

 

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Por: Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.


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CRONOS - Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.