Estamos a punto de cumplir cuatro meses en cuarentena, un encierro que nos fue recomendado no para que nadie se contagiara, sino para que los hospitales en cualquier parte de la República Mexicana no colapsaran y hubiera personas muriendo en las calles, afuera de las salas de urgencia, en las casas, sin atención. Para evitar un caos mayor, pues.
El ideal era y sigue siendo respetar ese encierro, hacer gala de responsabilidad y consciencia social y no andarnos paseando antes de que las condiciones lo permitan. A pocos días de alcanzar esos cuatro meses, nadie acaba por entender que el semáforo epidemiológico sólo es un apoyo, un instrumento de diagnóstico para indicar cuándo los hospitales tienen disponibilidad para atender a quienes caigan presas del temido coronavirus.
No es responsabilidad de nadie salvo nuestra mantenernos alejados lo más posible del contagio. Lo más posible. El trabajo es personal.
En medio de ese aislamiento social, he aprendido algunas lecciones aplicables para este caótico año de pandemia y reflexión que más de una vez me han rescatado de las garras de la desesperanza y la desolación. A continuación las comparto.
Sonreír ya no es necesario si no se desea realmente
Antes podíamos recurrir a la sonrisa para obtener un buen trato en el mercado, en la panadería o simplemente para mostrar nuestra amabilidad y alegría en un día común; hoy no importa que lo hagamos, si somos parte de la población que entiende la manera correcta de utilizar un cubrebocas, es inútil. La frustración llega cuando la sonrisa es genuina, porque el de enfrente no se entera. Adiós al coqueteo de un auto a otro, o al caminar por la calle.
Aterra más el miedo colectivo que el propio temor a perder la vida
Olvidamos que todo inicio tiene un fin, olvidamos nuestra mortalidad; nadie nos recuerda que la muerte nos tiene a todos en sus planes. Construimos la fantasía de que nosotros no moriremos pronto, sólo por ser nosotros. Ver a la gente corriendo y gritando inevitablemente nos despertará las ganas de correr y gritar.
Todos quieren tener el dato más aterrador, el más llamativo, el que venda más
Vivimos en una era sensacionalista, amante de la tragedia, catastrofista. Los hechos son graves, sí, pero no será el fin del mundo (tuviéramos tanta suerte). El problema se muestra cuando creemos todo lo que leemos, lo que escuchamos, porque todo eso está especialmente estructurado para llamar la atención y no más.
El asco hacia el otro ya existía, pero ahora se llama “¿qué tal que tiene covid?”
Vamos por la calle deseando no cruzar siquiera miradas con un desconocido; evitamos cualquier roce porque tememos el contagio. Pero, vamos, antes del covid ya no tolerábamos la cercanía del otro, mal mirábamos a quien osara tocarnos el brazo o el hombro para abordarnos con una pregunta inocente como “¿me das tu hora”?, “disculpa ¿dónde queda tal calle?”. Ponerle nombre a ese asco nos da la oportunidad de vestir a la falta de empatía con el disfraz de la precaución. ¡Ah!, pero ¿qué tal con nuestros conocidos?, ¿acaso ellos son inmunes e inmaculados?
La cercanía física es una ruleta rusa
Llega un momento –o varios- durante la cuarentena en el que acordamos encuentros con personas que se han dedicado a cuidarse al extremo pero que ya están hartas de no interactuar. Con distancia física y manos limpias, sin querer queriendo se nos escapa un abrazo al despedirnos y sólo queda estar pendientes de nuestras vías respiratorias durante los siguientes catorce días. Si nuestra salud está intacta, quiere decir que esquivamos la bala.
El miedo habrá de desvanecerse, quizá por hartazgo, quizá por olvido
Un punto de la nueva normalidad que nadie ha contemplado en los protocolos es que el miedo no es sostenible a largo plazo, no debe serlo. La razón es sencilla: el miedo, que es estrés, debilita al sistema inmune, por lo que si queremos sobrevivir no será suficiente lavarnos las manos y, evidentemente, aislarnos por siempre es imposible, por tanto, más nos vale relajarnos un chingo, desechar el miedo y transformarlo en precauciones básicas, por más enfadosas que nos parezcan.
La vida sigue, siempre sigue
Back to basics: todos nos vamos a morir, y muy probablemente no será por el virus. Echemos un ojo a “Mil maneras de morir”, disponible en youtube: 4 temporadas, 74 episodios.
NOTA DE LA AUTORA
Este artículo fue escrito desde el privilegio que me da
trabajar desde casa, por lo que mis mayores preocupaciones,
además de mi salud mental, son saber qué voy a cocinar
y cuidar que mis mascotas no se maten entre ellas.
Por: Alma Santillán
Mujer, escritora, pachuqueña. A veces buena, a veces mala. Tiene dos mascotas que no se toleran entre sí, y dos corazones, porque uno no le alcanza para todo lo que siente.