La “férrea disciplina partidista” impuesta por la conducta de Marco Mendoza, líder del PRI Hidalgo, devela de forma y fondo la sátira antidemocrática en el partido tricolor, donde persiste un control de cúpula, sin que, hasta ahora, exista la tan anhelada democratización de sus estructuras políticas que exige la base militante para poner fin -de una vez por todas- a las tropelías de la verticalidad y autoritarismo político que priman en un partido anquilosado y vetusto que se prolongarán hasta 2032.
La reacción antidemocrática en la Asamblea Nacional del PRI, donde el gatopardismo es el rostro de la reelección en un escenario enrarecido en el que Alejandro Alito Moreno perpetró una tropelía política más al reformar los estatutos del partido tricolor y eternizarse en el poder junto a Carolina Viggiano hasta 2032. A contracorriente, Dulce María Sauri y exgobernadores militantes manifestaron su inconformidad y oposición desde la corriente “Frente Amplio”, pero fueron aplastados por el contubernio, prebendas y privilegios que compran lealtades políticas.
En este escenario, el PRI Hidalgo admite la reelección de Alito como si se tratara de un festín democrático. Da cabida, en un despropósito, al cinismo político que priistas como el exgobernador del Estado de México, Alfredo del Mazo, así como el exgobernador de Hidalgo, Francisco Olvera, han impugnado al líder nacional del PRI. Sin embargo, Marco Mendoza prohija su lealtad a Alito Moreno y Carolina Viggiano, que han logrado que diferentes presidentes de partido, bajo un esquema de canonjías políticas, se adhieran a su reelección en un momento donde las sombras de la pérdida del registro de partido son producto de acciones ilegítimas y donde la credibilidad se encuentra poco menos que famélica.
En este trazo de convulsión en el PRI, Carolina Viggiano también perfila su perpetuidad política. Se adhiere al aval expreso del control del partido por el actual dirigente nacional y, por ende, a la inmovilidad y preservación del statu quo de Alito Moreno, que seguirá inalterado pese al cisma político que vive el priismo.
En esta atmósfera sobran las razones de por qué el PRI en Hidalgo sigue siendo partido de caciques. Mientras la base militante atraviesa por un complicado y álgido momento de desbandada política y donde las defecciones ya no son noticia, sino el rostro del descrédito e impugnación sobre la cúpula del poder que se configura como una casta política odiosa y con características de opresión que en su retórica ahonda el quiebre del partido.
La retórica desde la cúpula del poder de los traidores del partido tricolor en Hidalgo suena a vacío político y a carencia de democratización partidista. El clima antidemocrático ha ido in crescendo en los diálogos a los medios de comunicación que ha suscitado en diferentes declaraciones Alito Moreno, que suele acusar y denostar con ligereza a cualquiera que se oponga a su poder de traidor y, máxime, si se trata del control del partido.
En este crudo ambiente que vive el PRI en Hidalgo, Marco Mendoza no se ha pronunciado por la renovación de cuadros, la democratización del partido, el fin de las castas generacionales y los encargos heredados y, mucho menos, por oponerse a las prácticas autoritarias que ha llevado a cabo a nivel nacional Alito Moreno. Por el contrario, el líder del PRI Hidalgo aplaude la reelección de cúpula y se encuentra cómodo con el espaldarazo que le brindó Carolina Viggiano después de la derrota del 2 de junio y que presupone una eternización en los mandos directivos del partido tricolor en el otrora bastión priista.
En la quimera democrática, la corriente política “frenteamplista”, que encabeza Dulce María Sauri, ha fracasado al trazar una rebelión al interior del PRI. No obstante, la operación política que ha hecho Alito Moreno ha resultado magistral y condensa una red de prebendas y privilegios políticos que estimulan la concentración del poder en un juego de intereses y son la explicación del control que mantiene en el partido tricolor. Las viejas prácticas gatopardistas imponen los entretelones antidemocráticos sin encontrar contrapesos, lo que enuncia que la vieja política pervive tras bambalinas y socava a la democracia partidista perfilando tropelías y autoritarismos perennes, al menos hasta 2032.