La paradoja de entender al poder público como público, es que, salvo raras excepciones, lo es; condición abiertamente contraria en occidente donde la clase política ha creado un feudo de control y administración del Estado en favor de grupos privilegiados que viven en la jauja, mientras la mayor parte de los ciudadanos viven en la miseria.
Contrario a las retóricas Hobbesianas de que “el soberano es el pueblo y el pueblo es el soberano”, la cruenta realidad es que el concepto de soberanía es solo una metáfora, una condición insufrible del discurso político que llega a lastimas las entrañas de una nación, convirtiendo al ejercicio de gobierno en una tragedia griega o pantomima circense, ambas, las caras de la desolación social.
La profundidad de la crueldad pública se bosqueja en que muchos países cuentan con riquezas naturales que son explotadas tanto a nivel público como privado, sin que sus pueblos se beneficien plenamente de ellas, es decir, que exista una distribución adecuada de la riqueza, por el contrario, se tienen que conformar con migajas; imaginemos la renta petrolera, la explotación minera y forestal, la venta de agua y la producción agrícola por citar algunas.
Este mundo del revés, que le propina a la mayoría de los ciudadanos deudas eternas y carencias eternas que suelen pasar de generación en generación, hoy se ejemplifican en la degradación de la pobreza y desigualdad, de la cual no se puede emerger en la mayor parte de los casos, porque la estructura política lo impide, generando constituciones a modo y utilizando el monopolio de la represión legal para dar el garrotazo a los que se “organizadamente” protestan o se quitan la mordaza.
Todo indica que para el poder público y su dominio, los pueblos ignorantes y sumidos en la miseria son el mejor recaudo; ir a otra dimensión cuando lo público no es público y por ende no le pertenece a su pueblo, a ese soberano de metáfora o cuento de hadas, es experimentar el martirio del opresor que otorga migajas, de vez en cuando, para que el pobre mire al cielo y de gracias, no al poder público, sino a Dios de lo que recibe.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.