No es ningún secreto que somos una comunidad segregada, separada, aislada; donde los individuos toman fuerza como individuos para después motivar a las masas en su excitante labor de corromper lo corrompible y enaltecer lo enaltecible, de hacer contracultura a través de la delincuencia y no como ejercicio político ciudadano, de convertir una idea en una orden.
La imitación de sucesos sociales es la constante enseñanza de transmisión de comportamientos humanos. Desde que nacemos, imitamos y aprendemos, repetimos, modificamos para poner ‘nuestra huella’, reproducimos nuestras versiones de manifestación, de reunión, de violencia, nos construimos con y para la sociedad esforzándonos en tener las maneras únicas e incomparables de hacerlo. Lo que nos lleva a considerar que cada vez somos más diversos en nuestra voracidad de saciar estas necesidades de reproducción y narcisismo donde las redes sociales han sido un dispositivo que lo camufla de urbanidad, de aceptación, de socialización, de colectividad.
Las violencias que vivimos no son nuevas, son versiones modernas de sucesos pasados. Por eso nos estremecen, porque la capacidad imaginativa y la creatividad, en sus formas más complejas y libres, se unen para arremeter contra los derechos humanos y la paz; nos estremece porque cada vez está más cerca, más manifiesta, más constante, porque aquellos escenarios que se veían tan lejanos, nos tienen hoy como actores principales, secundarios, presentes.
Es por esto que la ética y la moral están en jaque, pensemos en la transmisión de fotografías y videos, en la manera de llevar las noticias, la rapidez, la popularidad que esto representa responde a un consumo, a un morbo normalizado. Tenemos los ojos en todos lados, la información está a nuestro alcance, opinamos sobre las vidas de los demás y señalamos la violencia pero no nos examinamos para ver cómo la reproducimos. Las normas cada vez se hacen más líquidas, más flexibles con el paso del tiempo, se desestructura lo estructurado y se crean nuevas maneras de entender los límites, la violencia ha ido más allá.
Y es así como la violencia se consume con facilidad. Todo el tiempo se filtra lo privado, se filtra lo invisible. Hay quienes lo ven con un sentido informativo, otros quienes lo ven con un sentido crítico, hay a quienes les duele, otros quienes lo ven con un sentido clínico, pero para algunos aún más extraños esto es parte del humor. Sin embargo todos, los más y los menos, conformamos una sociedad, tenemos familias y redes, grupos, y esto hace que reproduzcamos lo que nos aberra o lo que nos excita.
No hay una receta para detener tal situación, ni siquiera el amor es suficiente, el tiempo de calidad no basta; se necesitan herramientas que unifiquen a las familias, actividades en común, conocer más del sujeto que del objeto. A veces creemos que la prevención es obsoleta, que hay muchas maneras mejores de solucionar un problema, pero no es así, se intenta cambiar a la prevención por la vigilancia. La prevención siempre será necesaria, es aprender de la experiencia de lo sucedido y evitar que se repita, es darle lugar a la historia, misma que en repetidas ocasiones omitimos para fines propios.
No todos tenemos la culpa de lo que sucede día a día en México, pero todos tenemos responsabilidad. Nos es más fácil culpar al gobierno, a las redes sociales, a la televisión, que asumir que formamos parte de lo que ahí se produce, lo que ahí se consume y la parte de la educación que ahí se da. Que evitamos asumir la importancia de los profesionales de la salud mental en la vida diaria y que preferimos dejarnos en manos de ‘terapias’ o ‘charlas’ que me impliquen menos relación con la patología.
Debemos ser ciudadanos integrales, preocupados y comprometidos con asuntos emocionales, espirituales, sociales, familiares, educativos. En tiempos modernos creemos que poseemos todo para sentirnos vacíos, pero tenemos poco conocimiento de nosotros.
Son momentos de resiliencia social, son momentos de re-educación.
Por: Omar Méndez Castillo
Psicología y Psicoanálisis por la Universidad Autónoma de Nuevo León; Psicología social por la Universitat Autónoma de Barcelona. Oaxaqueño de nacimiento y regiomontano por adopción. Intereses en la educación, el género, el bienestar social, los grupos vulnerables, la participación ciudadana y los deportes. Se ha desarrollado como Psicólogo clínico, funcionario público, consultor, editor y catedrático.