Con el ánimo por las nubes frente a otra celebración del Grito de Independencia, López Obrador inicia su último año de gestión con una popularidad que destaca no sólo en México, sino en muchos países de América Latina.
El político tabasqueño, después de su separación del partido tricolor, se erigió como uno de los mayores impugnadores del statu quo que mantuvo el establishment de la política mexicana por más de siete décadas e inició un combativo proyecto que asemejaba la utopía que la oposición rechazaba como cuento de hadas o quimera política, haciendo impensable que la alternancia política en manos de la izquierda mexicana pudiera realizarse.
Pero AMLO perseveró, y pese a los fraudes electorales que experimentó, no abandonó su sueño de convertirse en presidente de México, hasta que lo logró con un estilo mesurado y discreto de gobierno, sin poses ni rituales o liturgias demagógicas, lo que no sólo fracturó la estructura protocolaria del poder, sino también comenzó a construir un escenario de vaivenes políticos que terminaron derrotando a la oposición desde las lógicas que había instaurado en lo que denominaba “equilibrio e independencia de poderes”, que en realidad era una monarquía sexenal.
Han pasado cinco años desde el ascenso de López Obrador al poder de manera formal, porque durante más de una década tuvo en sus manos el capital político suficiente para ser mandatario de la nación, e inclusive en los momentos aciagos del desafuero, la ciudadanía se volcó a su favor tomando las arterias principales, no de la metrópoli, sino de una conciencia política que no permitió que el entonces presidente Vicente Fox cometiera un atropello y crimen de Estado.
Las controversias no han estado al margen de la gestión de López Obrador con sus detractores y la prensa opositora nacional e internacional, pero no ha surtido el efecto esperado de desgaste de la figura presidencial, por el contrario, resultó en un sparring que le permitía ensayar sus mejores golpes mientras que la oposición terminaba madreada.
López Obrador pasará como el presidente del quiebre sistémico que se atrevió a humanizar el poder más allá de la contemplación política de sus predecesores, quienes no dejaron la huella que los “otros datos” hicieron de la pensión a los adultos mayores, las becas a estudiantes y jóvenes y la socialización del bienestar gubernamental, el horizonte político que marcó el nuevo grito de Independencia: “¡Primero los pobres!”.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.