“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Esta frase de Ludwing Wittgenstein representó un rompimiento en el paradigma del conocimiento humano al reconocer que el mundo entendido como nuestra realidad no está determinado por el propio mundo, sino por nuestro lenguaje.
Es el lenguaje, y no otra cosa, lo que nos ayuda a dotar de significado a los elementos del mundo en el que vivimos. Ese significado es nuestra realidad. Esta realidad la construimos en la interacción.
Entender esta particularidad del conocimiento es importante para reconocer nuestro poder creador. Hay ciertas reglas en el uso del lenguaje que ayudan a darle estabilidad y que facilitan su comprensión, pero estas reglas son producto de nuestro poder creador o de la construcción de realidad que han hecho nuestros antepasados.
Pero las reglas pueden ser modificadas y pueden crearse nuevas. A esto se le puede denominar evolución o revolución del lenguaje y no se trata solo de una cuestión lingüística, pues impacta directamente en nuestro mundo, nuestra realidad.
Las evoluciones o revoluciones del lenguaje, como es natural, generan reacciones en grupos de personas que pueden clasificarse en dos: conservadores y liberales. Los conservadores serían aquellos que apelan a la estaticidad basada en las reglas vigentes del uso del lenguaje. Por lo tanto, los liberales serían quienes buscan cambiar las reglas para ajustar el lenguaje a un nuevo modelo de mundo, un mundo donde ciertos usos del lenguaje ya no reflejan el significado vigente.
Recientemente se generó un gran debate público por el uso de la expresión “compañere”, una palabra nueva con un significado nuevo. No se trata de una simple variación, sino de un rompimiento con un mundo que se ha construido binariamente: masculino y femenino.
Quienes critican su uso no solo renuncian a su poder creador, sino que sus críticas son como una ventana abierta a su tiranía. Todos tenemos algo de tiranos, todos en algún momento tomamos decisiones basadas en la voluntad de imponer lo que nos parece correcto, aunque nuestras razones sean emocionales.
Lo cierto es que no hay razones de peso para rechazar el uso de expresiones no binarias más allá del conservadurismo. En cambio, sí hay razones para erradicar la tiranía de las reglas del lenguaje, un lenguaje que es quizá uno de los productos más antiguos de la democracia implícita del ser humano.
Por: Leonardo Flores Solís
Abogado de profesión y activista por vocación. Soy producto de la justicia social. Maestro en Derecho por la UNAM y licenciado en Derecho por la UAEH. Soy más puma que garza.