La política no vota por el pueblo

La ciudadanía no puede esperar sentada a que sea el gobernante el que se acerque a ella, debe participar activamente en el ejercicio de gobierno, ya que la democracia no se construye cada tres o seis años en las urnas, sino en el quehacer social de lo cotidiano y su construcción histórica.

El voto no es un dilema político, sino la voluntad ciudadana para crear una realidad social de oportunidades, armonía y progreso.

El 2 de junio no puede convertirse, en la nación e Hidalgo, en un viacrucis político donde la voluntad del pueblo sea enclaustrada. El objetivo no es sencillo, se trata de entender que esta elección -de corte concurrente en Hidalgo-, habrá de posicionar a una clase política que no puede quedar a la deriva o al garete del mando de la ciudadanía sobre las decisiones de gobierno.

¿Es viable hacer del voto un acto que guíe a la clase política de acuerdo a la voluntad del pueblo? Sí.

Por décadas, la construcción de la voluntad política del pueblo en Hidalgo ha sido relegada a comparsa de la clase política, por tres factores principales: despolitización, control caciquil y represión social.

La horizontalidad política, es decir, la propensión a la equidad de la toma de decisiones entre sociedad civil y sociedad política, se logra cuando la ciudadanía hace valer sus instrumentos legales con presencia de actuación en las decisiones de gobierno. La democracia representativa como democracia y voz diferida de la ciudadanía, es sólo así, si la ciudadanía así lo quiere. La democracia no se construye cada tres o seis años en las urnas, sino en el quehacer social de lo cotidiano y su construcción histórica.

Un pueblo politizado tiene una ventaja comparativa a uno que no lo es: ve sin ignorancia la realidad social.

En este escenario, si algo sobresalió en el proselitismo de las y los candidatos en Hidalgo, fue el empeño por marcar proximidad, puerta a puerta, colonia a colonia, barrio a barrio. Sin embargo, ahora le toca al pueblo marcar proximidad con la clase política Congreso a Congreso, Secretaría a Secretaría, Ayuntamiento a Ayuntamiento.

La política no vota por el pueblo, es el pueblo quien vota para construir política en el ejercicio de gobierno. La política no es la lucha entre David y Goliat, se trata de ejercer, hasta el cansancio, los mecanismos de democracia directa de la ciudadanía frente al poder de la clase política. No es admisible que se conciba a la representación política como una acción diferida y distante de la ciudadanía. Cada senadora y senador, diputada y diputado, gobernadora y gobernador, alcaldesa y alcalde tienen la obligación de realizar el ejercicio de proximidad ciudadana que la ciudadanía puede y debe exigir, y hacer realidad las iniciativas ciudadanas que se hicieron y hacen dentro del ejercicio de gobierno.

La distancia ciudadana e inacción política no son la solución al ejercicio de gobierno. La ciudadanía no puede esperar sentada a que sea el gobernante, aunque su obligación así lo exija, el que se acerque al tejido social; esto ha creado el abismo de control político que tiene la ciudadanía frente al ejercicio de poder público.

Las frases históricas como el poder y la soberanía residen en el pueblo”, se convirtieron en retóricas, ya sea por abuso y represión política o por despolitización y abandono social; en ambos casos, el rostro y la voluntad del pueblo están ausentes y ese es el mayor pesar del pueblo.

Los pueblos no tienen los gobiernos que se merecen, esta es una falacia. Los pueblos tienen los gobiernos que edifican, por lo que hacer de la política un despropósito lejano de la vida social implica renunciar al control del ejercicio de gobierno. Nadie se confunda, los partidos políticos no son el único instrumento de consolidación de la voluntad del pueblo. La política no vota por el pueblo.


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