La humanidad de la era común se apresta a derribar la frontera de Cronos que ha marcado un año más en su peregrinar; la liturgia de las doce campanadas es el recuento de lo hecho y lo pendiente por hacer, del camino que es necesario dejar atrás y del camino por andar, tratando que los pasos no se pierdan en la nueva senda.
Pero el mundo tiene menos estrellas, se han disipado en el espíritu ante las dudas de una humanidad extraviada que se hunde en el egoísmo para hacer de su bandera el estandarte de una batalla perdida: el odio.
En el laberinto de la idea del progreso se extinguen los pasos ciertos de la búsqueda de la verdad, no aquella que se vende a precios de mercado y causa la aberrante marginación de la explotación social, aquella que ha causado la pobreza y que no se disipa con las doce campanadas que da término e inicio a la senda.
Las palabras ripiosas en las cronologías de las doce campanadas desaparecen un instante; odio, rencor, maldad, mentira, envidia, muerte, dejan el aposento mental un instante, porque su presencia constante ha cansado al cuerpo y al espíritu.
La noche sin estrellas de la humanidad es la aciaga brisa del constante vaivén de las olas perdidas, allí donde el frío hace brotar las lágrimas sin rumbo, donde el horizonte se convierte en precipicio y la esperanza muere con el horror del sufrimiento de las vidas cegadas por el odio, rencor, maldad, mentira, envidia y muerte.
La noche sin estrellas es el corazón endurecido que nos recuerda las doce campanadas con las lágrimas de una madre por sus hijos extraviados, como lo hace la madre tierra cuando las semillas no fecundan sus entrañas.
La noche sin estrellas indica que la fuerza infinita de Dios advierte la desolación de los pasos perdidos de la humanidad, quizá para brindar el espacio lúcido del cuestionamiento y reflexión de la búsqueda de paz, con la savia con que la natura inunda nuestra vida en el aroma límpido del amor.
Las doce campanadas no son una cronología de frontera, son la dimensión de oportunidad sacra para construir el horizonte que hemos dejado de ver en la noche sin estrellas.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.