La lección de Sheinbaum a Morena

El regaño de la presidenta Claudia Sheinbaum a la senadora Andrea Chávez puso un límite claro: Morena no puede convertirse en un medio para ambiciones personales, sobre todo cuando esas ambiciones contradicen los principios de austeridad y honestidad que el movimiento ha enarbolado desde su nacimiento.

En días recientes, una figura joven y ascendente dentro del partido Morena ha encendido un debate profundo sobre los mites entre la promoción personal y la responsabilidad institucional. Nos referimos a la senadora Andrea Chávez, cuya presencia activa en eventos públicos y giras políticas en Chihuahua ha desatado una fuerte reacción, no sólo en la opinión pública, sino desde el propio centro del poder: la presidenta Claudia Sheinbaum.

 

Lo que se ha leído en medios como un “regaño” presidencial es en realidad mucho más. Es un recordatorio –incómodo para algunos, necesario para otros– de que el proyecto de la Cuarta Transformación no puede sostenerse únicamente en la victoria electoral o en la popularidad individual. Lo que Sheinbaum hizo al señalar públicamente su desaprobación hacia las acciones de Chávez fue marcar un límite claro: Morena no puede convertirse en un medio para ambiciones personales, sobre todo cuando esas ambiciones contradicen los principios de austeridad y honestidad que el movimiento ha enarbolado desde su nacimiento.

 

Chávez no ha sido acusada de corrupción ni de malversación. Pero, a veces, el símbolo pesa más que la falta legal. Las imágenes de giras con parafernalia excesiva, discursos de corte proselitista y un protagonismo personal desmedido resultan difíciles de conciliar con la narrativa que Morena ha construido. No se trata sólo de lo que se hace, sino de cómo se percibe. Y en política, la percepción lo es todo.

 

Sheinbaum, al prometer que enviará una carta al partido para establecer reglas internas claras sobre estos comportamientos, no sólo actúa como jefa del Ejecutivo, sino como la der moral de un movimiento que está obligado a renovarse sin traicionarse. Su mensaje es directo: no se puede predicar la transformación si se reproducen las viejas prácticas del poder.

 

Pero más allá del caso puntual, lo que está en juego es el futuro del movimiento. Morena ha crecido a un ritmo vertiginoso y como suele ocurrir con los partidos en ascenso, comienza a enfrentarse a los dilemas del poder: ¿cómo mantenerse fiel a su origen cuando tantos buscan en él una plataforma de ambición personal? y ¿cómo evitar que la fuerza del partido sea absorbida por los egos de sus figuras?

 

Andrea Chávez representa una nueva generación dentro de Morena. Jóvenes con carisma, con convicciones, pero también con prisa. Prisa por figurar, por ser parte de las decisiones, por ocupar espacios. Esa prisa, sin control ni orientación, puede convertirse en un riesgo para un proyecto que aún no termina de consolidarse.

 

Por eso el mensaje de Sheinbaum es oportuno. Más que un regaño, es una advertencia: el poder debe ejercerse con responsabilidad y dentro de Morena, el poder no es un fin, sino un medio para transformar. Si se olvida eso, si se pierde el rumbo, no habrá transformación posible.

 

Este caso no se trata sólo de una senadora ni de una gira en Chihuahua. Se trata de Morena, de su capacidad para autocriticarse, para corregirse y, sobre todo, para mantenerse fiel a su promesa de ser distinto. En ese sentido, la presidenta no solo leyó la cartilla, también escribió una nueva página en la historia del movimiento.

 

Ojalá y en Hidalgo haya tomado nota la clase política, porque los excesos, las parrandas, los vehículos ostentosos, las grandes fiestas, los viajes y la opulencia, son el pan nuestro de cada día con personajes que tendrían que sumarse a los principios de la Cuarta Transformación.


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