La involución política en el PRI Hidalgo

El PRI instauró una tiranía sexenal, cuyos herederos de cúpula como Alejandro Moreno y Carolina Viggiano han perpetuado un poder de casta que evidencia que la política es el mejor negocio de la realidad social, porque permite ser juez y parte desde la sociedad política para avasallar a la sociedad civil.

Suena hasta contradictorio hablar de involución política en el PRI cuando lo que caracteriza al gran dinosaurio es, precisamente, que la regresión política ha sido su bandera de vida, pero, desde la demagogia y retóricas vacías, por décadas ha declarado su renovación democrática y vanguardia social, creando espejismos que fueron hábilmente capitalizados y, pese a su agonía política, n muestra la contundencia de un pasado que logró avasallar a la ciudadanía.

 

En este escenario, el gran dinosaurio ha instaurado el neojurásico, un periodo de involución y endurecimiento político que, en Hidalgo, vive momentos de mimetismo y confusión política bajo el control de Carolina Viggiano y la operación partidista de Marco Mendoza.

 

Sin embargo, la involución política es la herramienta de mayor capitalización de la casta de cúpula en el PRI. Alejandro Moreno ha probado que el gatopardismo (hacer parecer que todo cambia para que nada cambie) es un instrumento que exalta los ánimos de los confusos y confundidos de aquellos que creyeron que el PRI era un proyecto político revolucionario que le dio vida a la institucionalización del poder en un país que no podía seguir en la antidemocracia del porfiriato.

 

En este escenario, inmejorable, por cierto, fue donde el PRI instauró el porfiriato encubierto de la involución política. Una tiranía sexenal, cuyos herederos de cúpula como Alejandro Moreno y Carolina Viggiano han perpetuado, ahora, en la fase neojurásica del dinosaurio, un poder de casta que evidencia que la política es el mejor negocio de la realidad social, porque permite ser juez y parte desde la sociedad política para avasallar a la sociedad civil.

 

En este trazo de promesas incumplidas, demagogia y gatopardismo, la antidemocracia priista no sólo atiende a las prebendas y privilegios que permiten a su casta de cúpula pervivir, sino, también, admite una dura lección histórica: la ignorancia política de su base militante enuncia que cuando un tejido social vive en el analfabetismo político, el control ciego de un partido pavimenta el vasallaje.

 

En este escenario enrarecido en el PRI, la involución política no se presenta para su casta de cúpula como un problema a atender y, en los hechos, pese a que las sombras de la extinción y la pérdida de su registro galopan, por lo menos quedan en cronología 8 años hasta 2032 para intentar crear una nueva fantasía política que a ingenuos y vasallos los pueda embaucar y, con ello, crear nuevos adeptos de la ilusión revolucionaria institucional.

 

Esta atmósfera no permite prever que el partido tricolor habrá de democratizar sus estructuras bajo el clima de control y autoritarismo político que prima. La mesa está puesta para que el autoritarismo de cúpula viva momentos de gloria, lo que enuncia que la involución política en el PRI no significa, al menos para su estructura dirigente, que al partido no se le pueda seguir exprimiendo el jugo de su registro y de su existencia en el sistema político.

 

Si advertimos los análisis de economía política (como los de Ernest Mandel) donde se pondera que a tiempos de crisis económica existen agentes de la economía que prosperan como los grandes capitales especulativos, podemos entender que lo mismo rige a nivel político, por lo que la debacle de la alianza de la oposición que extinguió al PRD fortaleció el autoritarismo político en el PRI y el PAN, cuyas cúpulas se eternizan en el poder, haciendo de la involución política el festín del autoritarismo.


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