En estos días aciagos nada tan amargo como la indefensión en la que se encuentra la ciudadanía ante los usos y abusos del sistema político.
Lo más álgido del momento es la serie de anomalías y manoseos que presenta el Sistema Nacional Anticorrupción, el cual debería ser una de las iniciativas que encarne el sentir social y la razón ciudadana por controlar y custodiar la probidad del quehacer público, que a vox populi desde hace décadas en el país se encuentra aquejada.
Para el mundo intelectual, las trabas, conductas anacrónicas y verticales que han manoseado el nacimiento del SNA sólo son el fiel reflejo de la reticencia del sistema político y su clase, que se niega a captar un sistema de control de la corrupción donde prime la voz ciudadana; la cuestión es tan negra, que todo apunta a que el SNA se convertirá en un elefante blanco de esos a los que nos tiene acostumbrados el Estado.
La cosa no camina mejor en los estados, los cuales tienen el deber de echar a andar sus réplicas, cuestión que tiene irritada a la población a nivel nacional y que ya comienza a entronizar con las especulaciones del escenario político hacia 2018, lo cual no es nuevo, pero denota que el pesar y desconfianza ciudadana son la única constante que se mantiene en la realidad política del país.
El SNA ha nacido mal parido, constituye un nuevo revés en la trama de ciudadanización del Estado que no se ha llevado a cabo; más aún, constituye una de las más grandes afrentas de la probidad pública y ha creado una estela de irritación que amenaza con deteriorar la casi inexistente legitimidad y credibilidad del quehacer público.
El cuestionamiento que subyace en esta estela de fragilidad ciudadana, sin duda, es: ¿hasta cuándo la ciudadanía será respetada por el establishment?
El ciudadano se encuentra preso del poder de la clase política, es prisionero de una institucionalidad cruenta que no tendrá fin.
Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.