Se asegura que la falta de agua afecta aproximadamente al 40 por ciento de la población mundial, y según predicciones de las Naciones Unidas y del Banco Mundial, la sequía podría poner a 700 millones de personas en riesgo de desplazamiento en cuando mucho ocho años más, es decir, en el 2030.
Hay quien dice que, si no hay agua, los políticos van a comenzar a tratar de controlarla y pelearse por ella. Y es que a lo largo del siglo XX el uso mundial del agua creció a más del doble de la tasa de aumento de la población. Esta disonancia lleva hoy en día a muchas ciudades chicas y grandes a racionar severamente su consumo.
Esta crisis del vital líquido se ha agudizado desde el 2012, al colocarse como uno de los cinco problemas enumerados en la lista “Riesgos Globales por Impacto del Foro Económico Mundial”. Habrá que recordar que, en el 2017, sequías severas contribuyeron a la peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra mundial, cuando 20 millones de personas en África y Medio Oriente se vieron obligadas a abandonar sus hogares debido a la escasez de alimentos y a los conflictos.
Los estudiosos del tema aseguran que los conflictos por la falta de agua están aumentando en prácticamente todo el mundo. “Tal vez pocos mueren de sed, pero sí muchos mueren a causa del agua contaminada o de manera indirecta por los conflictos que puede causar la falta de agua”, dice Peter Gliek, director del Pacific Institute con sede en Oakland, California.
El crecimiento de la población y el desarrollo económico están impulsando la creciente demanda de agua en todo el mundo. Mientras tanto, el cambio climático está disminuyendo el suministro de agua o haciendo que las lluvias sean cada vez más erráticas en muchos lugares.
Hoy en día, al enorme y creciente problema de la falta de agua, habrá que agregar la falta de alimentos: una crisis mundial que se recrudece por la guerra en Ucrania. Vemos cómo se incrementa el precio de los alimentos al tiempo que disminuye su producción; expertos vaticinan una catástrofe que complicaría más el objetivo de desarrollo sostenible para el 2030.
Para Berenice González, el inicio del ataque bélico de Rusia a Ucrania se sumó a otras catástrofes en el planeta: la pandemia y la crisis ambiental. Además del aliento trágico de balas y misiles rondando esa parte del planeta, el conflicto también ayudó a recrudecer la crisis alimentaria presente en todo el mundo.
Y es que Rusia y Ucrania producen el 30 por ciento del suministro global de trigo, el 20 por ciento de maíz y entre el 75 y 80 por ciento del aceite de semilla de girasol, entre otros productos que se distribuyen y consumen a lo largo y ancho del planeta. La FAO estima que alrededor del 15 por ciento de las calorías que se producen a nivel mundial son generadas en estos países hoy en conflicto.
Por supuesto que ante esta crisis alimentaria los gobiernos de diversas partes del mundo intentan contener las repercusiones en la seguridad alimentaria creando diversas estrategias, como pueden ser el crecimiento de fuentes y productos de proteínas alternativos a la industria cárnica, buscando multiplicar fuentes alimenticias y reducir costos ambientales; impulsar sistemas diversificados para potenciar el desarrollo de productos desvinculados de los recursos tradicionales de tierra y agua; e incluso crear mapas detallados del suelo para ayudar a los países más vulnerables a utilizar los escasos fertilizantes de forma eficiente.
Desde hace dos meses se detuvieron las exportaciones de granos en Ucrania con la llegada de buques de guerra rusos, que anclaron en sus costas impidiendo que los barcos de carga salieran de los puertos. La guerra ha creado una catástrofe sobre otra que tendrá un impacto global más allá de cualquier cosa vista desde la Segunda Guerra Mundial, asegura David Beasley.
La gran dependencia a ciertos alimentos ocasiona riesgos más altos. La mayor parte de la tierra cultivada en el planeta está ocupada por una pequeña cantidad de cultivos como trigo, arroz y maíz que contribuye a la pérdida de biodiversidad. Por ello se asegura que diversificar la agricultura con productos locales y regionales de alto valor nutricional beneficiaría tanto al planeta como a las personas.
María Elena Trujillo, coordinadora del Programa Universitario de Estrategias para la Sostenibilidad, señala que una guerra, por más lejana que nos parezca, afecta a todo el planeta. Hay que tomar en cuenta que los costos de alimentos ya habían sido afectados por la crisis climática y la pandemia, por supuesto.
Por otra parte, el desperdicio de alimentos no se justifica en ningún caso y menos en estos momentos de crisis. Un tercio de todos los alimentos producidos a nivel mundial nunca llegan a comerse, pues se pierden en alguno de los escalones de la cadena de producción o cuando llegan a los hogares. Sin embargo, las mejoras en los métodos de recolección, almacenamiento y consumo podrían reducir las pérdidas anuales de alrededor de mil 300 millones de toneladas de alimentos.
Hoy apenas les hemos compartido de la escasez de un par de satisfactores: el agua y los alimentos, y aunque es claro que no son los únicos que hoy padece el hombre, sí son de los más importantes.
La conclusión no puede ser muy complicada de entender: es tiempo ya de cuidar el agua y de aprovechar los alimentos que la tierra produce. Mañana puede ser muy tarde y las generaciones futuras muy seguramente nos lo van a reclamar.
Por hoy es todo. Nos leemos en la próxima entrega, pero… Entre nos.
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Por: José Guadalupe Rodríguez Cruz
*Egresado de la UNAM como licenciado en Derecho y Diplomado por el Instituto de Administración Pública de Querétaro y por la Universidad Iberoamericana en Políticas Públicas. *Regidor Municipal en Tula, Secretario Municipal de Tula, Diputado local en la LVII y LIX Legislaturas en el estado de Hidalgo y Presidente Municipal Constitucional de Tula 2000-2003. *Autor del libro “Desde el Congreso Hidalguense” y coautor del libro “Tula... su Historia” *Director y fundador del periódico bisemanario “Nueva Imagen de Hidalgo”, que desde 1988 se pública en Tula, Hgo.