El ser humano es el único ente que vive la existencia como algo problemático, i.e., cuando su propia existencia está presente en la conciencia y, por consiguiente, “no está a la mano” en el pensamiento. Por el contrario, es un ruido que impide seguir adelante existencialmente o, al menos, sin el ruido sobre su sentido. Cuando nuestra existencia es transparente no pensamos en ella y, por supuesto, nuestra conciencia sólo la observa hasta que ésta se vuelve un problema. Entonces pensamos, reflexionamos y analizamos la existencia, nuestra existencia y la relación entre éstas haciendo posible la comprensión filosófica de lo óntico con lo ontológico.
8.1 El gran ciclón nos sorprendió en una de las salidas en busca de Herman Melville, el gran cetáceo que, según el capitán, había ocasionado la muerte de sus padres.
—¡Capitán, mire!
La famosa ballena con una media luna en su aleta.
—¡Vamos, muchacho!
La conciencia profunda del mar nos esperaba.
8.2 ¿Qué es la conciencia? ¿Qué significa la palabra ‘conciencia’? ¿Hay muchos tipos de conciencia o sólo múltiples significados de ésta? Por ejemplo, Wittgenstein afirma que no aprendemos primero una regla que después aplicamos sino que ésta se nos da en la aplicación. Tener conciencia de las reglas que rigen los usos del lenguaje es la calidad del lenguaje de “estar presente”, como cuando los contextos comunicativos se interrumpen por la problematización de los agentes del lenguaje con respecto a la particularidad de un término, la naturaleza de un concepto o la validez de una oración; empero, para que el lenguaje se nos presente de este modo tenemos que disponer ya de un lenguaje. La mayoría de las veces su uso es transparente en nuestra conciencia, i.e., cuando lo empleamos no siempre somos conscientes de su utilización, como tampoco lo somos de nuestros pies cada vez que caminamos.
—La “esencia” del “ser-ahí” —me dice Heidegger— está en su existencia.
—¿Eso qué tiene que ver?
—Es la respuesta a tu primer pregunta.
—¿La conciencia significa interpretarse a sí mismo?
—Al ser interpretador de sí mismo significa que no tiene una naturaleza esencial, aunque siempre se conciba como si la tuviese y creamos que nuestra esencia es aquello que nosotros creemos que somos.
—¿Y no? —le pregunto, me mira y se queda pensando; luego niega con la cabeza y, tras unos momentos en que parece estar buscando las palabras en el cielo, continúa diciendo:
—No somos más que seres que se interpretan a sí mismos, no somos más que existencias que se auto-interpretan constantemente. El modo de ser del ser-ahí es la existencia, como el estado del ser interpretador de sí mismo.
—No todo lo que existe puede auto-interpretarse.
—Con ‘existencia’ me refiero algo diferente al simple hecho de ser real, como son todas las entidades que hay en el mundo, es decir, existen únicamente los seres que se interpretan a sí mimos.
—¿Y qué significa interpretarse a sí mismo? ¿En qué consiste dicho existir?
—La comprensión del ser.
8.3 Claudia me pidió acompañarla a Coatzacoalcos y, para ahorrarnos dinero, nos fuimos de polizón en un titánico barco de carga que desembarcaría cerca del río. El sol se escondía por la selva de occidente, el agua del mar parecía color violeta y, mientras la luna discretamente nos iluminaba de forma anaranjada, mirábamos la costa imperturbable a la distancia desde la solitaria cubierta.
—¿Qué es lo que más recuerdas de tu madre? —me pregunta.
—El día que nos abandonó.
—¿A ti y a tu papá?
—A mi hermano y a mí.
—¿Tienes un hermano?
—Mi hermano gemelo.
—¿Y dónde está?
—No lo sé.
Silencio.
—¿Se parece a ti?
—Obvio.
—Me refiero a la personalidad.
—No —digo luego de una pausa.
—¿Nada?
—Es lo opuesto a mí.
—¿Cómo?
—Si yo soy ser, él es devenir.
8.4 Después del gran ciclón pasaron dos meses antes de volver a zarpar, el tiempo se lo llevó la reparación del casco y la recuperación emocional del capitán. Ya no sonreía, no discutía y, lo más sorprendente de todo, dejó de hablar de la ballena. Sólo se enfocaba en arreglar su barco para poder venderlo, saldar sus deudas y, dramáticamente, retirarse de la pesca.
—¡Agárrate bien, muchacho! —me gritó cuando las olas comenzaron a atravesar el barco—. ¡Sujeta bien la cuerda!
Perdí el equilibrio en la proa de estribor, me golpeé muy fuerte la espalda y, en un santiamén, ya estaba en la popa. ¡Esta madre se va a hundir! La siguiente ola me regreso a proa, quise levantarme y volví a golpearme la espalda a babor.
—¡Capitán! ¡Capitán!
Cuando quise dar el tercer grito una sorpresiva ola me hizo tragar mucha agua, volví a caer en la popa y al sujetarme con fuerza de una cuerda pude finalmente toser para no ahogarme mientras el mar nos apaleaba.
—¡No te muevas, chico! —me dijo el capitán atándome con destreza en una de las cornamusas.
—¡Capitán!
Se fue a la cabina, sujetó con fuerza el timón que giraba a toda velocidad y, luego de perderlo de vista por las olas entrometidas, me golpeé la cabeza perdiendo la conciencia. Cuando abrí los ojos ya estábamos en tierra bajo un tranquilo e iluminado cielo encallados en la arena.
—¿Capitán? —quise levantarme pero seguía amarrado y, al intentar liberarme, me dolió todo el cuerpo excepto la cabeza.
—Algo ha cambiado.
El sol no me deslumbró al mirarlo.
—No me siento igual que antes.
Todos los colores brillaban intensamente.
—Me siento iluminado.
Continúa 9
Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".