¿Qué significa la palabra ‘cambio’?, le pregunto a Heráclito, quien me habla de la naturaleza esencial del concepto y, nuevamente, yo insisto preguntándole por el significado de la palabra. Es lo mismo, me dice. Si es lo mismo por qué no me respondes. ¡Ya te respondí!
¡No es verdad!
Abro los ojos agitado, intento recuperar la visión mientras me deslumbra la luz brillante del sol de la tarde que se asoma entre las persianas simétricamente perfectas, el marco de la ventana de acero y las sombras alargadas de los muebles de la oficina de Máxima Bestemming, la coordinadora del taller filosófico de Ámsterdam. Suspiro. Vuelvo a mirar hacia la ventana, las hojas se mueven y las ramas agitan sus almas… La naturaleza me habla. Spinoza tenía razón. La naturaleza me besa. Y sensibilidad de interpretación. La naturaleza me ama. Razón sensible. Yo soy la naturaleza.
—¿Qué pasó, Serner? —me reclama al entrar—. ¿Por qué nunca re-escribiste tu texto? Luego de analizarlo no volviste con tu versión corregida. ¿Por qué?
—No necesita corregirse.
—Al menos hubo tres observaciones que debías replicar con tu texto revisado.
—Te las puedo responder ahora.
—¡Tenías que haberlo hecho por escrito!
—Está bien, te envío el texto después.
—Ya no hay tiempo, yo quería que fuera parte de la edición bimestral y ayer fue el día límite para la entrega de originales.
—No importa.
Silencio.
—¿Cuándo te vas?
—Mañana.
—Puedo hacer arreglos para que te quedes otra semana.
Niego.
—Bueno, voy a ver si puedo publicarlo.
—Gracias —le digo despidiéndome de mano, me doy la media vuelta para salir de su oficina y, justo cuando llego a la puerta, me plantea:
—¿Qué diría Spinoza de que relacionas su filosofía con el peyote?
—Diría que tengo razón. Bueno, de hecho eso dice.
—¿Eso dice? —me pregunta riendo.
—Y sensibilidad poética, tú sabes, para interpretar a la naturaleza.
Máxima queda pensativa, levanto mi mano como última señal de despedida y me retiro por el pasillo hacia las escaleras que descienden a la Oudezijds Voorburgwal.
¿Adónde vas?
Ámsterdam seguía de fiesta, en la noche subí a la azotea en Leidsekade y, en completa soledad, me senté a observar las luces de colores que invadían toda la ciudad reflejándose a la distancia en todos sus canales como el arco iris de un peyote teniendo como gran fondo la bóveda interestelar chocando con el implacable mar del norte. El arco iris de un peyote. El arco iris…
El peyote, una involuntaria evocación mental de mi último viaje al desierto y, sintéticamente, el que definitivamente culminó con la dialéctica de todos los trayectos metafísicos anteriores.
¿Recuerdas?
Los momentos de luz en mi cuerpo, mis sentidos enteramente místicos y mi alma en constante transformación. En permanente cambio. Nacimiento y destrucción. Cambio incesante. La lógica de los contrarios. Movimiento eterno. La contradicción como constante. Y el Logos como fusión.
—Despierta…
El desierto implacable, el sol sumamente invencible y la luz atravesando como cuerdas de violines las nubes. El espíritu del ser contemplándolo todo desde las enormes montañas. El todo. Y yo entre el cielo y la tierra. La noche en el desierto se convierte en el cielo más grandioso, infinito y hermoso, imponente, majestuoso y bello-trascendental universo físico-metafísico del peyote. El nirvana. Las estrellas brillan potencialmente, la luna aparece de manera imposible contradiciendo la física formal que, incluso, alcanzas a ver con absoluta claridad las líneas que configuran todas las constelaciones. Luces tintineado por todas partes, lo ilimitable respirando la perspectiva celeste y las nubes formando la poesía del espíritu en la historia cósmica. Y eso es, únicamente, mirando el cielo.
—¿Qué haces aquí arriba? —me pregunta Juliana.
—Mira.
Ella voltea a ver las estrellas, se sienta a mi lado y, en completo silencio, nos quedamos observando el cielo.
Continúa 34
Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".