La comprensión ontológica 20

El avión de American Airlines despegó a las 10:15 horas del aeropuerto internacional Reno-Tahoe con destino a la ciudad de México. ¿Recuerdas? Recargaba mi cabeza en la redondeada ventana cuando algunos pasajeros comenzaron a hacer exclamaciones de sorpresa sobre lo que veían desde las alturas. Volteé a ver y, mientras el avión giraba, advertí el descomunal fuego.

—¿Es el castillo? —me pregunta mi prima Constanza sorprendida.

—Era —respondo mientras contemplo el majestuoso incendio.

Tenía dieciséis años.

 

20.1    Para poder comprender dicho pasado me fue preciso analizar mis escritos de la época, las ideas motivadas por aquella incontrolable fuerza y, estéticamente, dicha fuerza sensible como la voluntad misma de la naturaleza. Mi naturaleza, mi ser, mi esencia.

—Sí recuerdo.

Así fue como volví a escuchar la voz de mi hermano: revisando al pasado.

—Nuestro pasado.

Al releer La muerte de Dios su voz me interrumpía con sus preguntas incisivas que tenían diversos fines, como aclarar, disentir y replicar.

—Entre otros.

Sin embargo, por primera vez en mi vida lo escuchaba con el tono de mi voz.

—¿Ya olvidaste mi voz?

Tal vez ya estoy superando su muerte.

—Comienza a leer.

“La tradición recorre nuestro espíritu…

—¿Qué espíritu? ¿El hegeliano? ¿El que recorre tu ser o el que recorre el ser de la humanidad?

Despertamos bajo su encanto y su encanto nos despierta el pensamiento.

—¿Te refieres al lenguaje?

Lo expresa.

—¿Lingüísticamente?

Sentenciados por la simbolización de todas nuestras percepciones.

—¿Sentenciados por quién?

Y reflexionamos, pretendiendo la libertad.

—¿Qué tipo de libertad? ¿Libertad individual, colectiva o la libertad absoluta-mente hegeliana?

La angustia recorre mi espíritu.

—Tu espíritu individual ¿no es así?

La conciencia de mi situación, y de lo irreductible de las situaciones, me mantienen despierto todo el tiempo.

—La conciencia intencional permanente del filósofo.

Por más que recurra a los descomunales desfiles de la cultura, al sometimiento ciego de sus colores y al placer de sus formas.

—¿Como las fiestas y sus requisitos de acceso?

La expresión del mundo entorpece cualquier intento por mantenerme entre ustedes.

—Estabas un poco amargado ¿no?

Los veo y me siento extranjero, veo el mundo y me siento extranjero del mundo.

—Eres filósofo, ¡por supuesto que eres extranjero del mundo!

No estoy loco.

—Depende del significado de la palabra ‘loco’ en tu afirmación.

Mientras, la angustia recorre mi espíritu.

—Definitivamente estabas amargado.

He descubierto lo efímero de las consideraciones sublimes, lo falso de aquellas oraciones que nadie problematiza y lo simple de las complejas explicaciones.

—La transparencia de la verdad.

En el proceso mostré al mundo la contextualidad de los discursos y acusé su sorda necedad por la creencia de absolutos.

—Tus enemigos son aquellos que no dudan ¿verdad?

Pensaba que algún día el privilegio se compartiría si, y sólo si, advertían el contenido proposicional de mis expresiones.

—Mucha vanidad, hermano.

Pensaba que mi llamado podría compartir la virtud de reducir lo trascendente en mundanas locuciones todas ellas explicables a través de su propio origen-condición.

—En eso estoy de acuerdo.

Pensé también en un nombre para esta revelación sin precedentes.

—No, bueno.

La verdad estaba en mis palabras.

—Super vanidoso.

Y la verdad se reducía a comprendernos en el mundo únicamente, desterrando con ello el mundo ideal y el embrujo que legitimaría su existencia.

—Marx, Nietzsche, Wittgenstein…

Pensaba que el peso de nuestro destino podía ser asumido, soportado y, de manera inocente, creía en nuestra capacidad para determinarnos ontológicamente.

—¿Sigues pensando igual?

Hasta que la mentira apiadó mis suplicas de recuperar la sabiduría mística, aquella inconsciencia sublime que permite desahogar nuestros cuestionamientos fundamentales sobre un supuesto fundamento incuestionable, la que faculta un preguntar con sentido mediante los criterios del devenir que deshacen el paso hacia lo metafísicamente trágico.

—¿Por qué la mentira?

Porque, en mis momentos de debilidad, extrañaba la comodidad de guarecerme en el fundamento tradicional de la existencia: una vida otorgada, regulada y, posterior a la muerte, juzgada.

—El deber ser.

Pero mi instinto natural pretendía la libertad.

—¿Qué significado de ‘libertad’?

He hablado de una pretensión total, no la que nace de una noción limitada a casos. He hablado de la libertad como liberación de nada, pues nada estaba allí con anterioridad, sólo nuestra idea platónica, la que finalmente se desvela como producto de un embrujo. El embrujo del lenguaje. Entonces siento la liberación de la conciencia en total.

—¿El super-hombre?

La libertad en lo mundano ofrece la liberación de la conciencia y su consecuente sentido.

—¿Pero qué podría oponer la libertad del absoluto?

Nada, sólo nosotros mismos mientras nuestra conciencia permanezca embrujada.

—¿Acaso podríamos pretender la libertad de lo absoluto si efectivamente lo absoluto nos determinase?

No tendría sentido concebir la libertad de lo que en principio habría determinado nuestra pretensión.

—Mejor sería hablar de la libertad de nuestros prejuicios.

Imaginemos que alguna vez nuestra conciencia se declare desierta de todo sistema confiriéndonos la atribución de atribuir-nos.

—Imaginémonos libres.

Imaginémonos cómo imaginaríamos nuestras propias imágenes.

—Imaginemos, pues.

Pero pensando también en sus implicaciones: la responsabilidad sería de todo en cuanto todo y, sobre todas las cosas, estaría nuestra conciencia revelándose a sí misma que dicha liberación nos sentencia al sostenimiento absoluto del mundo.

—Algo de lo cual pudimos haber evitado.

Mientras nos amparaba la irresponsabilidad de la determinación externa.

—Imaginar esta libertad es imaginar nuestra irreductible soledad.

El miedo a nosotros mismos.

—Esta libertad es semejante a la libertad del absoluto.

La diferencia consiste en que no podemos salirnos del lenguaje.

—La condición fundamental.

En él nos pronunciamos disidentes sobre aquellos dogmas de esclavitud mental con sus propuestas de absoluto; empero, siempre encadenados a nuestros prejuicios.

—Esta libertad es imposible, ¿cómo podríamos liberarnos de nosotros mismos?

No obstante lo creía.

—Pues qué pendejo.

Embriagado de significados pretendía la búsqueda de signos de uso permanente, que una vez concatenados, estructurando sistemáticamente sus relaciones, podría establecer una mínima salida del pre-juicio semántico.

—La primera instancia para el escenario de la realidad.

El segundo paso consistiría en la sacudida de alienaciones, por ejemplo, cuestionando las costumbres.

—¿El objetivo?

La fundación de los límites lingüísticos.

—La quietud requerida para tu análisis ¿no?

El que consecuentemente nos revelaría la verdad contenida en todas nuestras afirmaciones pues, aunque oculta en el movimiento, la verdad está siempre presente. Aunque oculto en el lenguaje, el absoluto siempre está presente

—¡Cómo no pudiste advertir su presencia!

En la huida se patentizó su determinación, su comprensiva mirada providencial y las aparentes salidas se transformaron en interpretaciones sofisticadas.

—¿La búsqueda de la esencia?

Pero no era el único.

—El camino ya ha sido recorrido desde los tiempos en que la pregunta se caracterizó como la búsqueda del ser en cuanto tal.

Esto, sin embargo, no desvaneció mi pretensión, por el contrario, pensaba que la distinción residiría entonces en aquel que efectivamente pudiera establecer la codificación fundamental, aquella a la que podría recurrirse aún cuando el movimiento de las cosas confundiera nuestro entendimiento.

—¡Tómala, Heráclito!

La verdad tendría un recurso lógico-lingüístico y la duda socrática dejaría de ser el instrumento de los relativistas.

—¿Lo mismo sucedería con la racionalidad y el conocimiento?

¡Por supuesto, con nuestro propio criterio para caracterizar los conceptos!

—Se dejaría, pues, de conceder la libertad de interpretación.

Ya que el lenguaje tendría una formalización algorítmica a la cual participaría toda posibilidad significativa.

—¿No habría alternativas?

Solamente comprender la constitución real del mundo a través de la esencia de nuestro lenguaje.

—Pero esta sería la tarea última ¿no?

La que precedería el reconocimiento de lo absoluto en cada entidad.

—¿Y del absoluto de toda entidad?

Tendríamos que re-descubrir los universales encubiertos por el propio pensamiento.

—¿Cuál fue el error históricamente hablando?

Analizaba minuciosamente cada paso intermedio de las fracasadas propuestas, por ejemplo, los primeros adolecían de la falta de sentido de la búsqueda.

Aunque indiscutiblemente lo legaron.

—Por ello su relación con lo trascendente nunca pudo comprenderse.

Algunos mostraban la debilidad del discurso religioso, el cual no sólo era innecesario sino evidentemente peligroso.

—Pues incurre precisamente en la condición de cada interpretación del absoluto.

Otros, los condenados en la argumentación, simplemente hundían sus propuestas en una inconsistencia que ellos mismo habían prometido evitar.

—Y el cúmulo de contradicciones les hizo desconfiar de su supuesta virtud.

Estos fueron los responsables de que los sucesores enterraran su intuición en un procedimiento adjetivado por la academia y legitimado por sus vulgares súbditos.

—Todos fracasaron.

Y lo peor era que nadie re-iniciaba el camino.

—Hasta que llegaste tú ¿no?

Vislumbré la incapacidad humana para dicha proyección y en mi privilegiado destino para su consumación.

—Esto explica seriamente tus impulsos a predicar-te una extraña naturaleza no mundana.

Justificando mi voluntad en el mandato del absoluto.

—¿Tanto así?

Pero no como el habitual mensajero, sino como quien expresa sus propias palabras.

—¿ eres la verdad?

Un viajero y su camino: el análisis de mi discurso.

—Pero la vuelta al mundo apenas comenzaba ¿no es así?

Supuestas elucidaciones se convertían en oscuros pasajes, inconciliables con los luceros a distancia. Lejos de ofrecerle a mis espaldas la clarificación recorrida, toda mirada a lo anterior se limitaba únicamente al entendimiento del lugar situado. Parecía caminar con una vela, incapaz de vislumbrar la perspectiva anteriormente proporcionada de verdad y mi pretendido ordenamiento se desvanecía ante mis ojos.

—Bienvenido al funeral de los absolutos.

Las dificultades no enterraron, en un principio, mi creencia en la posibilidad para poder estructurar el entendimiento del significado de mis fundamentales palabras, mucho menos las contradicciones con el lenguaje del mundo. El problema era el carácter contextual de lo mundano, no su compatibilidad con mi discurso. No tenía ningún sentido someter mis demostraciones a quienes no podían ver más allá del límite de mis afirmaciones. En todo caso, pensaba, mis criterios de corrección residían en el análisis de mi propio lenguaje.

—¿Otra vez con lo mismo, maldito metafísico?

Fue cuando la desesperación desarrolló la angustia.

—Tu locura ante la indeterminación.

Por ello reaccioné violentamente.

—Contradiciendo en repetidas ocasiones el discurso que habías considerado desahogado.

Los primeros tropiezos se generaron en mis propias dudas para decidir por un significado sobre otro.

—Y luego ante las inconmensurables implicaciones del significado de un término, ¿no es así?

Así es, pero una vez que había estructurado parte considerable de mi discurso, irremediablemente surgían contradicciones que me obligaban a revisarlo todo desde el principio. Las primeras revisiones no me ocasionaban problema alguno, de hecho ya había advertido estas complicaciones; sin embargo, cada vez que iniciaba una nueva estructuración ésta se interrumpía en un paso anterior al precedente. Lejos de avanzar, mis ímpetus de certeza se detenían, incluso hasta cuestionar sobre el significado de la primera palabra. La evolución de mi pensamiento empantanaba cruelmente toda pretensión por determinar un momento, un lugar, el mundo en total. Toda situación supuestamente inmutable dejó de ser una ilusión y el mundo reclamó mi ser como su origen y condición explicativa. Entonces comprendí que…

—Tus criterios no eran otros que los criterios de otros.

La angustia recorre mi espíritu, nuestra conciencia de soledad y, aunque persiste el rechazo al encanto de una suplica y respuesta trascendental, lo asombroso de la necesidad de absolutos en nuestra re-conocida contingencia. ¿Un llamado metafísico y la certeza de su contestación o el llanto racional? ¿La seguridad de una vida otorgada y regulada o la construcción angustiosa de uno mismo? ¿La engañosa creencia de dos mundos o la autenticidad del ser? La disyunción implica caminos diferentes: el primero es falso y seguro, el segundo es verdadero y peligroso.

—¿Y qué sucede con los testigos del ocaso?

Nada.

—¿Absolutamente nada?

Sólo la experiencia de su muerte: la muerte de Dios.

 

20.2   Ámsterdam, 3 de agosto 2018.

Soñé con mi perro Teo, el xoloitzcuintle que llegó a mi vida de sorpresa cuando regresé de mi segundo viaje al desierto del peyote en 2010, llegué de madrugada y, al dejar mi ropa sucia en el cuarto de lavado, escuché un rítmico golpeteo. ¿Seguiré sintiendo los efectos? Quedé inmóvil averiguando con el oído la causa y observé con atención cada rincón hasta encontrármelo frente a frente mirándome a los ojos. Un lindo cachorro moviendo la cola y con una raya blanca en la cabeza, su único pelo. Lo llamé y de inmediato saltó sobre mí, lo acaricié y… Esa fue la vez que lo conocí.

—¿Y la última vez que lo viste? —me pregunta Juliana.

Hace rato, en el sueño, diciéndome en el lenguaje trascendental de que no podía esperar más, esperar-me más tiempo, que tenía que partir a su mundo metafísico. No obstante, esperándome. Esperándome en la entrada.  Me dijo que cuando sea el momento me ayudará a cruzar. Lo prometió.

—Teo.

Espero no esté sufriendo.

 

Continúa 21

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".