El año 1994 puede considerarse el inicio de una era marcada por un Partido Revolucionario Institucional que aprendía a sortear altibajos que lo llevaron a vivir como oposición durante dos sexenios panistas. En su momento, el análisis político giraba sobre la necesidad de alternancia de partido político en el gobierno como prueba máxima de democracia.
En aquellos lejanos años, la alternancia se vislumbraba con esperanza de crecimiento en todos los sentidos; lamentablemente con gobiernos en diferentes niveles de todos los colores se ha culminado en amarga decepción.
En cierta perspectiva general, los patrones políticos no han cambiado: seguimos contando con un candidato de izquierda para tres sexenios que fragmenta esa ala del pensamiento mexicano, una derecha conservadora que agrupa un grupo poblacional con más tiros de suerte que cuadros políticos, y el Invencible, odiado y amado por la eternidad.
En Hidalgo, a diferencia del plano nacional, no hemos vivido la alternancia, y a decir verdad es una entidad con un amor singular al PRI. Cuidado: no estamos diciendo que no exista pluralidad de ideologías, sólo que el tricolor hasta hace poco contaba con el mayor número de adeptos.
Sin embargo, eventualmente se dará alternancia por ser un paso natural en la evolución social de un sistema político. Lo que sí debemos reconocer es que actualmente se ha acelerado dicha evolución por falta de competitividad del tricolor.
La oposición hidalguense que ha soñado con pintar la plaza Juárez de azul o amarillo siempre termina siendo víctima de sus propios candidatos y fricciones, además de que su credibilidad ante la ciudadanía es débil y homologada con la corrupción.
Por otro lado, el desplome del PRI, sin liderazgo ni presencia en algunos municipios, va dejando vacíos de poder, al grado de hacer al PVEM o al PANAL cuasi-homólogos con capacidad de competirles en distintos municipios.
Pero el vacío de poder ya comenzó a pintarse de morado en la Sierra y la Huasteca, creando cuadros nuevos y retomando priistas hartos de una dirigencia endeble, sin capacidad de negociación.
El Partido Encuentro Social (PES) se ha posicionado como una oferta aceptable e interesante, promocionando un discurso ciudadano más limpio de estereotipos, repudiando el fuero, el populismo y el paternalismo, propuestas que ya embelesan oídos hidalguenses.
Los cuadros del PES van cobrando injerencia en la vida política y creando importantes cotos de poder a través de operación política de tierra y de frente.
El diputado federal Alejandro González Murillo es el perfil más alto en Encuentro Social, no es ningún improvisado pero tampoco un perfil gastado, lo cual ha permitido despuntar su imagen con creces.
Lo que pocos han dicho de González Murillo es que tiene sangre política de nada menos que Jesús Murillo Karam, uno de los mejores políticos hidalguenses, poseedor de una mente prodigiosa y estampa impecable, no por nada los mejores políticos de la escena fueron sus pupilos.
A nivel nacional, Murillo Karam posee una imagen polémica a causa de la desaparición de estudiantes en Ayotzinapa, que sin lugar a dudas es un capítulo tenebroso e indignante en nuestra historia pero que mucho tiene de linchamiento mediático al ex procurador.
Lo innegable es que en Hidalgo su nombre es sinónimo de reverencia, reza el Evangelio: “Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”… y a Jesús lo que es de Jesús, lo cual significa una ventaja para el legislador federal.
González Murillo se maneja con un discurso ecuánime, concreto y coherente, que le permite figurar como candidato a senador plurinominal pesista en coalición con el disminuido tricolor, sólo es cuestión de esperar.
Ahora bien, con las piezas de este análisis podemos ver que la alternancia no suena lejana y que tal vez el Invencible en Hidalgo está comenzando su proceso de transmutación al PES, o que el morado es simplemente una fuerza política emergente con suficiencia para competir y dar cabida un grupo de suma importancia. Al tiempo se verá.