Estamos a pocas semanas de la elección de diputados locales y federales, un evento de poco interés para la mayoría que se verá aún más desprovisto de intención de voto por la pandemia.
Desde la década de los 80, época en la que la oposición política en nuestro país adquirió mayor importancia y peso, hemos pasado por varios altibajos que al final dejan el mismo sinsabor debido a que esas oposiciones recaen en personajes únicos, que son el principio y final de sus estructuras.
Ya en el nuevo milenio fuimos conejillos de indias en el experimento de la coalición PAN-PRD, partidos que hicieron a un lado sus diferencias ideológicas con el propósito de vencer, por fin, al PRI. En ese entonces, muchos mexicanos no lo vieron mal porque el enemigo común era un partido y su gobierno, pero el resultado no cubrió las expectativas.
El surgimiento de Morena fue un aliciente en un momento en que la mayoría habíamos perdido el interés por el PAN y el PRD, que daban la impresión de haberse prostituido en la búsqueda de poder.
Hoy, el pragmatismo de la partidocracia ha unido a partidos que en otro tiempo eran agua y aceite. Ahora se dicen unidos “por el bien de México”, pero la pregunta de fondo es: ¿qué ganamos los mexicanos?
Ojalá la respuesta fuera clara, pero no es así. Cuando votamos por Morena elegimos sacar del poder a los mismos de siempre y tuvimos la esperanza de que surgieran nuevos líderes que supieran representarnos. El resultado fue un cúmulo de representantes que solo son útiles para los intereses de los grupos a los que pertenecen.
El combate a la corrupción sigue siendo el propósito de una única persona que encontró en el actual gobierno el espacio necesario para continuar con su lucha, pero es el único (Santiago Nieto Castillo), en el resto de las instituciones no hay nadie más que le ayude.
Entonces, la realidad es que si no hay alguien que nos dé un viso de esperanza, no ganaremos nada y se repetirá el sinsabor y la tragedia de haber elegido sin saber para qué.
Por eso muchos elegimos no votar. Sin embargo, lo que deberíamos haber aprendido a estas alturas es que nadie nos va a solucionar la vida y que tampoco podemos hacer como si las decisiones de nuestros representantes no nos afectan.
La respuesta a nuestros problemas somos nosotros mismos. Nosotros tenemos que asumir nuestra responsabilidad en los asuntos públicos, debemos movilizarnos, luchar, hacer ver, hacer rendir…pero mientras pongamos nuestras esperanzas en otros, los sinsabores serán más amargos.
Por: Leonardo Flores Solís
Abogado de profesión y activista por vocación. Soy producto de la justicia social. Maestro en Derecho por la UNAM y licenciado en Derecho por la UAEH. Soy más puma que garza.