En los últimos meses los medios de comunicación se concentraron en las elecciones de Estados Unidos y ahora en el presidente electo, Donald Trump. Sin embargo, la economía mundial y los equilibrios geopolíticos actuales se encuentran frágilmente sostenidos de un hilo muy delgado que en cualquier momento puede romperse sin la cooperación internacional de todos los países.
Hay un desorden enorme en el campo internacional, sobre todo porque las políticas tradicionales se han mostrado ineficaces para enfrentar la crisis y la recesión. En este contexto, bajo las amenazas de Trump de abandonar el libre comercio y levantar un enorme muro proteccionista, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) han hecho un llamado a incrementar las medidas de política económica de estímulo al crecimiento, a fin de que la economía mundial pueda escapar del bajo crecimiento.
Todo parece indicar que después de exigir a los países medidas para controlar el gasto y hasta reducirlo, la OCDE y el FMI se han vuelto keynesianos ante la impotencia de superar la crisis iniciada en 2008. El mexicano y secretario general de la OCDE, Ángel Gurría, ha señalado que “en el actual entorno de bajos tipos de interés, los funcionarios tienen una oportunidad única para operar de forma más activa presupuestaria prioridades para estimular el crecimiento y reducir la desigualdad sin comprometer los niveles de deuda” para enfrentar la rampa del lento crecimiento, proponiendo incrementar el gasto público en infraestructura, innovación, educación y en mejorar las competencias de la mano de obra.
En tanto que Christine Lagarde, directora gerente del FMI, ha señalado prácticamente lo mismo al decir que “nuestra prioridad absoluta es salir de la nueva mediocridad caracterizada por la debilidad del crecimiento económico, del empleo y los salarios. Cuando las tasas de interés se encuentran en su nivel más bajo como nuca antes estuvieron, este es el mejor momento para realizar inversiones públicas (…), de poner en marcha políticas públicas sólidas para impulsar el crecimiento en las próximas décadas”.
Contrariamente a lo que ha planeado hacer el gobierno de México para 2017, tanto la OCDE como el FMI están invitando a los países a poner en marcha políticas monetarias expansivas, señalando que este es el momento de usar el gasto público para impulsar el crecimiento, si uno utiliza el sentido común. Está de más decir que hay múltiples voces que han venido señalando que a nivel mundial, las empresas no están invirtiendo lo que se esperaba, que el ahorro es demasiado alto, que hay una enorme aversión al riesgo de los inversionistas y que sólo los gobiernos nacionales pueden acelerar la transición a la economía del futuro, si multiplican sus inversiones. No obstante, la mayoría de ellos está haciendo lo contrario, como el gobierno de México.
Estamos viviendo en un mundo lleno de incertidumbre. Las tasas de interés son las más bajas que han existido en la historia, la mayoría de las grandes empresas no saben qué hacer hoy con sus millones y millones de dólares acumulados, mientras el mercado del empleo se desmorona y el crecimiento económico continúa estancándose.
Desde hace tiempo había llegado el momento de volver sobre la política keynesiana, pero nadie escucha. El temor ha tomado por sorpresa a gobiernos como el mexicano, que prefiere la precaución a pesar de que ésta no contribuya al crecimiento prometido; prefieren optar por la idea de que hacerlo es demasiado sensible para la fragilidad del entorno económico internacional y elegir una estrategia de inversión para detonar el crecimiento puede ser demasiado complicado para ellos; sobre todo, si está delante el tráfico de influencias y las licitaciones púbicas reservadas a favor de los chinos a cambio de mansiones millonarias.
A México parece haberlo alcanzado la historia. Acostumbrado a depender del buen funcionamiento de la economía de Estados Unidos para crecer, a la cual envía más del 80% del total de sus exportaciones, ahora se enfrenta a la posibilidad de que Donald Trump ponga fin al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y, además del muro fronterizo para detener el flujo de inmigrantes ilegales a su país, imponga barreras arancelarias superiores al 30% a las exportaciones nacionales.
Por ello, México no debería seguir haciendo planes en función de la salud de la economía de Estados Unidos y la demanda de productos mexicanos. Por el contrario, sería mejor que comenzara a diseñar una estrategia de independencia económica y a trazar su propio destino sin seguir atado a las decisiones del gobierno de los Estados unidos y sus políticas.
Crecer no sólo implica exportar a Estados Unidos, sino pensar en toda la infraestructura que requiere aún México para desarrollarse y los millones de mexicanos que componen los más de 55 millones de pobres, su escasa calificación y su necesidad de trabajar y obtener ingresos; pensar en lo que ello significaría en términos de ingresos de los hogares y del incremento de la demanda agregada.
Por: José Luis Ortiz Santillán
Economista, amante de la música, la poesía y los animales. Realizó estudios de economía en la Universidad Católica de Lovaina, la Universidad Libre de Bruselas y la Universidad de Oriente de Santiago de Cuba. Se ha especializado en temas de planificación, economía internacional e integración. Desde sus estudios de licenciatura ha estado ligado a la docencia como alumno ayudante, catedrático e investigador. Participó en la revolución popular sandinista en Nicaragua, donde trabajó en el ministerio de comunicaciones y de planificación. A su regreso a México en 1995, fue asesor del Secretario de Finanzas del gobernador de Hidalgo, Jesús Murillo Karam, y en 1998, fundador del Centro de Estudios de las Finanzas Públicas de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión.