El pino y la estrella de Navidad

En esta Navidad abramos nuestro corazón a la esperanza, el calor de hogar y el amor fraternal.

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Por: Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.

Los pinos nevados se encumbraban sobre el valle, el lago congelado permitía jugar a los niños, que se regocijaban patinando mientras sus mejillas entumidas enfrentaban el viento invernal.

 

Desde la orilla del lago, Mila, una niña de siete años, recogía las ramas que los pinos despedían y las reunía en su trineo para llevarlas a su casa; miraba y soñaba con poder tener unos patines de hielo, pero sus padres eran muy pobres, no podían darse el lujo de comprárselos y además ella tenía que hacer las tareas domésticas, por lo que, entre su escuela y su casa, no le quedaba tiempo para jugar.

 

Esa noche Mila le pidió a Dios que le regalara unos patines de hielo, miró hacia el cielo y percibió el destello especial de una estrella. Salió de su casa y se internó en el bosque mientras la luz se alejaba; el frío era abrumador, pero Mila siguió caminando. Cansada, se cobijó en la falda de un pino enorme, lleno de nieve; en unos instantes se quedó dormida y comenzó a soñar que patinaba en el lago congelado, se deslizaba con la gracia de un cisne y sus brazos dibujaban siluetas de alegría.

 

La noche transcurrió y susurraba el viento gélido, de pronto una voz emergió de la oscuridad acompañada del destello de luz de la estrella que había seguido Mila, interrumpió su sueño y dijo: “Me alegra, Mila, que en tu corazón siempre llevas la Navidad”. Mila despertó suavemente y vio que la estrella iluminaba su cara, se levantó y entonces pronunció: “Querido Dios: en mis sueños me veo patinando en el lago junto a otros niños, deseo que me regales unos patines”. La luz de la estrella se fue apagando y Mila emprendió el camino a su hogar.

 

Al aproximarse a su casa, Mila vio el resplandor del fuego de la chimenea; la mesa estaba lista, era Nochebuena, había nueces y castañas y su mamá había preparado un conejo que el papá había cazado. Se sentaron a cenar y sus padres le preguntaron: “Mila, ¿qué es lo que deseas de regalo de Navidad?”, ella respondió: “Unos patines de hielo”. Sus padres se miraron, sabían que no los podían comprar, pero le dijeron: “Pídele a Dios que tu deseo se vuelva realidad”. El resto de la velada todos rieron, se abrazaron y se fueron a dormir.

 

Karl y María, los padres de Mila, pidieron en voz alta: “Querido Dios: somos tan pobres que no podemos regalarle a nuestra hija esos patines,” y con pesar se fueron a dormir.

 

A la mañana siguiente, Karl y María escucharon risas y gritos que provenían del lago, se levantaron a toda prisa, se asomaron por la ventana y Mila estaba patinando… Dios había hecho el milagro de la Navidad.

 

Consultoría política y conferencias: [email protected]

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