La semana pasada comencé a leer la novela Los cañones de los Medici, editada por el Fondo de Cultura Económica, sin conocer ninguna referencia del libro y esperando encontrarme una biografía política de los banqueros más famosos del Medievo (dueños de Italia por aproximadamente un siglo). Me di cuenta, antes de pasar a la página cinco, de que se trataba de una novela sobre Leonardo da Vinci y que las cortes de los Medici eran únicamente el contexto de la obra. No fue decepcionante la sorpresa (sino todo lo contrario), porque me sentí igual que al leer sobre Maquiavelo o sobre el maquiavelismo, ya que, al final del día se está hablando, en ambos casos, de humanistas y del humanismo.
Cualquiera que quiera comparar El arte de la guerra de Maquiavelo y la ingeniería bélica de Da Vinci estará convencido de que ambas fueron resultados de mentes avanzadas cuya única ambición, además del conocimiento mismo, fue la satisfacción de sus mecenas, la cual consistía sustancialmente en el dominio de la naturaleza y de los otros hombres.
Aproximadamente cien años después de la existencia de Da Vinci y de Maquiavelo aparece en Inglaterra Thomas Hobbes, con premisas novedosas en el campo de la filosofía, que trascienden al mismo punto: la dominación del hombre por el hombre.
Dijo el filósofo inglés en su Tratado sobre el ciudadano: “El origen de las sociedades grandes y duraderas no se ha debido a la mutua benevolencia de los hombres, sino al miedo mutuo”.
Y es así como inicia este filósofo un camino para complementar el estudio político de Maquiavelo, el cual, recordemos, consiste en ofender adjetivamente, legislar la paz, contratar ejércitos, sancionar desacatos, consignar mandos, mentir, conjurar y conspirar, hacerse obedecer, afianzar y ejercer el poder; y dar consciencia a los gobernados de la relación entre las clases.
Ahora vamos a la siguiente premisa: “Los mecanismos que tienen los titulares del poder político para hacerse obedecer son la sanción y el miedo”.
- La sanción (necesariamente violenta) es consecuencia del desacato a la vida institucionalizada o a la ideologización del pensamiento político, ergo, cuestionamientos al poder o a su titularidad.
- El miedo (coacción psicológica y subliminal) se introduce en la población a través de los aparatos ideológicos y represivos del estado, para acatar el orden normativo imperante.
En la sanción no profundizaré en esta ocasión, solo citaré a Cesare Beccaria en su Tratado sobre los delitos y de las penas, donde describió al sistema represivo medieval; dijo que no hay delimitación entre el delito común y el delito político cuando explica los motivos de la ejemplaridad de la pena y los motivos por los cuales no deben ser iguales, dónde se funda el derecho penal vigente, y dónde a la letra dice: “Todo acto de autoridad de hombre a hombre, que no se derive de la absoluta necesidad, es tiránico”. Debiendo entenderse que toda violencia que no devenga de una ley general dada por el legislador, será un abuso político y que todas las sanciones impuestas en el abuso serán privadas.
Recordemos, de forma adyacente, que la impunidad será la negación de esta punición y de la norma general, por lo que debe haber una estrategia para que se sancione de forma correcta y con alcances públicos; evitando las formas disolutas, cuyo origen sea personal y sus alcances privados, para mantener al estado de Derecho y no llevar a la sociedad a la comisión de ilícitos más graves.
Por el lado del miedo, Hobbes asume al ciudadano como un hombre temeroso de perder la vida, mientras que ve al hombre salvaje como alguien que no ha desarrollado ese temor; y en un sentido de autopreservación, inducido por el Estado (tomando a este como a una obra de la razón misma), el individuo contractualizado se someterá a las reglas del orden jurídico y al sistema político en forma de constitución.
El sujeto de derecho no abandona con ello su naturaleza interior, sino que la adecua para evitar la sanción; se educa para temerle al dolor, a las pérdidas y a la muerte; su moralidad pasará a ser la moralidad del Estado y la máxima hobbesiana que reza que “cada hombre, por su parte, llamaba bien a lo que quería y le placía; y mal a lo que le disgustaba” no tendrá ningún efecto, puesto que a través de los aparatos represivos e ideológicos del Estado (antes las armas), la moral privada será detenida y si esta es llevada al plano de lo real será como un Ícaro volando cercano al sol para su inminente desplome.
Hobbes cuestionó el miedo que manifestó Maquiavelo en su obra, porque no se dilucidaba a quién le temerían los encargados de sancionar: el pueblo temería al ejército, pero el florentino no dice a quién temería el ejército o por qué obedecerían al titular del poder político. En ese punto Hobbes invita a educar a la gente para que tenga y transmita miedo, dando tanto al miedo como al titular del poder político, distintos niveles de imperio.
No debe malinterpretarse esto: el miedo salvaguarda al individuo contingente y normado, deja fuera de esta protección al marginal: hay un miedo que se tiene al posible retorno al estado natural, pero también a la punición del Estado.
Termino este documento para más adelante retomar y desglosar mejor el tema, y los dejo con la siguiente opinión: Muchos de nuestros gobernantes han olvidado, o nunca supieron, que necesitan hacerse obedecer como titulares del poder y no como representantes de la persona moral que los inviste. Necesitan ayuda que no sea de sus amigos, de los hijos de sus compadres, de sus consortes, de sus amantes, de sus guardaespaldas, de sus choferes o de gente que han convertido de menos a más; y así como el enfermo necesita del médico para conseguir salud, el político necesita criterio y educación para poder ejercer a plenitud actos de imperio.
Por: Iván Mimila Olvera
Abogado y asesor en materia constitucional y autor de los libros "Cuestionario de Derecho Constitucional" y "Cuestionario de Derecho Constitucional de los Derechos Humanos". Actualmente es litigante en activo y asesor de diversas organizaciones de la sociedad civil.