Una de las responsabilidades de los gobiernos es atraer a los inversores a sus territorios para generar actividad industrial. Los beneficios, aparentemente, son muchos: se crean empleos, crece la infraestructura, surgen nuevas actividades y la economía de la región crece con rapidez.
Sin embargo, hay un costo casi imposible de cuantificar en todo este aparente bienestar: la contaminación. Esta semana, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) declaró a la región de Tula como una zona en emergencia ambiental, misma que en 2018 ya había sido declarada en emergencia sanitaria por la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris).
Hace un par de semanas, campesinos de la zona asociados al Movimiento Social por la Tierra habían denunciado la situación, pues en Tula residen casi 200 mil habitantes dispersos en comunidades, muchas de ellas indígenas, que ya están sufriendo las consecuencias de la contaminación, que reconocen el estado de peligro del daño ambiental y temen un desequilibrio ecológico imposible de reparar.
Hoy en día, la zona es inhabitable, pues las condiciones del agua, el aire y el suelo agrícola son insostenibles y no hay forma de que los habitantes puedan tener una vida digna en un sitio tan contaminado (según palabras del titular de la Semarnat).
No sabemos qué es eso de “vida digna”, pues en un país como el nuestro, nos llevaría un rato entenderlo. Pero es curioso observar cómo en este tipo de fenómenos, los primeros en preocuparse son los grupos campesinos, aquellos a los que a veces la “vida digna” les queda lejos, pero que conocen la tierra y que siguen allí, en la lucha, en la resistencia.
En México hay ambientalistas asesinados, comunidades luchando por los recursos naturales y todo lo que de ellos obtenemos: cultura, simbolismo, servicios ambientales, alimento. Esperemos que la resistencia en esta zona dé frutos positivos y que los habitantes puedan hacer equipo con las instituciones para crear el Programa Estratégico de Recuperación que se plantea diseñar; que tengan larga vida las asociaciones campesinas, las de la otredad y la disidencia, ahora hacen más falta que nunca porque todo lo que habíamos deparado para el futuro nos está pasando ya.