El Día de los Muertos
La gente muere, es la única certeza de la vida. Pero son las formas de morir las que hacen las cosas más o menos llevaderas. En el imaginario mexicano, la muerte es rito, símbolo y tradición; pero la muerte es también una sombra que se ha extendido por nuestro país y nos ha llenado a todos de tristeza.
Antes de la crisis de contagios por covid-19 ya existía una ola de violencia en el norte de México que nos había mostrado nuestra fragilidad. A eso se sumaban los cientos de desaparecidos que habitan un limbo entre la vida y la muerte y cuya búsqueda es una deuda del sistema de justicia mexicano que no se saldará nunca.
La gente en México muere por hambre, por violencia, por necesidad. La gente muere por atropellos, por negligencias, por un esposo celoso que “perdió el control”, por un conductor irresponsable, por un asalto luego de haber ido a una fiesta.
En México la gente muere y no hay justicia. Por eso ponemos altares llenos del color que nos han robado, llenos de flores y alimentos que nutren el alma de los que, adoloridos, seguimos acá, pensando en la gente que se nos ha ido, en la que eventualmente se nos irá.
El Día de los Muertos es el día del consuelo y del recuerdo, es el día en que nuestras costumbres y cultura nos salvan por un momento de la crueldad de la despedida, del dolor de ir perdiendo día con día en la vida. Pero también es el Día de los Vivos que conectan con algo más grande que todos nosotros y que, desde este lado de las cosas, veneramos a la gente que amamos, porque gente, amigos, hermanos, padres, eso es todo de lo que está hecha la vida.