Miles de hectáreas de bosque lluvioso han sido devastadas por incendios en Chile. Mi desolación es inaudita y el corazón me duele, porque en la savia del bosque está la historia de mi pueblo.
La naturaleza y los seres vivos que tenemos, como seres discretos, un nicho ecológico, nos nutrimos de su generosidad, que es la generosidad de Dios.
He aprendido a apreciar el agua que por las mañanas toca mi piel bajo la ducha, pensando con pesar que millones de seres humanos no la poseen en las cantidades que deben, como si se tratara de un bien para unos cuantos, mientras las grandes compañías, con violencia y gran apetito, la embotellan para no frenar sus ganancias.
¿Cómo se puede aceptar que el agua tenga dueños que la vendan, cuando el agua es del planeta y de ella proviene el nicho ecológico de nuestra especie? ¿Cómo podríamos pensar que el oxígeno, vital para nuestra vida y de los seres vivos, se comercie, cuando es parte de nuestra biosfera?
Me indignan las lógicas brutales y violentas de la economía de mercado cuando lucran con nuestras vidas, las prostituyen y poseen en las múltiples formas de la cadena de nuestra autopoiesis, comerciando con el agua, el oxígeno y la vida misma, animando el tráfico de órganos, utilizando la guerra para vender armas y negar la vida de los seres humanos, obligándonos al consumo de víveres con conservadores que generan cáncer, haciendo de las adicciones parámetros de éxito y libertad, cuando en realidad son muerte, derrota y esclavitud.
Percibo con pesar que mi mundo, tu mundo y el mundo de nuestros hijos, lo aniquilamos por la propiedad y competencia que se engendran en la violencia y la estupidez humana que hace de lo superfluo el valor de la vida, concediéndole más valor a un teléfono que a la conversación en la mesa con nuestros padres, hermanos e hijos, porque el celular sustituye al sentimiento inmediato de lo que se piensa que se tiene sin límites: el amor de nuestra familia en convivencia.
No son los objetos-mercancías del mundo global y superfluo los que nos roban el bosque de la vida, es nuestra estupidez irreflexiva que nos ha robado lo más preciado que Dios nos dio: la libertad de pensar.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.