Nadie es inmune a la realidad, no existen vacunas 100 por ciento efectivas y hasta los condones se pueden romper aunque el látex parezca ser invencible.
Desde la Grecia antigua los virus han sido estudiados hasta que llegamos a los ultramicroscopios que permitían conocerlos para detenerlos y erradicarlos.
El SIDA, o AIDS, causó una verdadera paranoia social; no era para menos: mataba donde más nos gusta y nos vulneraba donde más nos duele, cuestión por la que se tomaron medidas de todos tipos para prevenir, sin que hasta ahora exista una vacuna o algo que nos haga inmunes al virus.
Después vinieron los virus de ordenador o computadora, mierdas no identificadas incoherentes e incongruentes, porque los virus son biológicos y no tecnológicos, contradicción por la que en vez de llamar a un médico tenías que llamar a un pendejo técnico o especialista en computadoras para que no se muriera el artefacto.
Y de pronto cuando comprabas una computadora, tenías -y tienes- que comprar un pinche antivirus, porque si no lo haces la pendejada se enferma y tu información se va al carajo. Hasta aquí las cosas eran graves, pero no imposibles.
Lo cabrón vino con el espionaje entre países, entre bancos, entre empresas, entre partidos políticos y procesos electorales, entre redes y las tropelías de pedofilia, trata de blancas, neoesclavismo y puterías de todo tipo y de casi todos conocidas, hasta las estupideces de los hackers, sus virus, sus mutaciones y sus ataques internacionales, creando un monstruo social que no sólo amenaza sino que también madrea.
Como señaló Murphy: “Todo lo que puede fallar, fallará”, por lo que hay que entender que ahora los delincuentes no sólo vulneran con armas, sino desde el escritorio y que esto es más intrincado de lo que parece.
Ya estábamos acostumbrados mucho antes de que llegaran los narcotraficantes, los huachicoleros e incluso nuestras viejas, que los bancos, los policías y lo políticos nos robaran, cuestión que se suma a toda clase de tropelías, algunas de magnitud internacional como el ataque cibernético que nos muestra que hasta un puto teléfono celular puede ser -y de hecho lo es- un arma.
Hermano lobo, ponte a pensar cuánto te chinga un banco en comisiones y descuentos malditos; cuánto te chinga tu vieja de tu salario; cuánto te chingan los políticos y cuánto te chingan en los casinos. Entonces: ¿qué puede extrañarnos un puto virus de computadora?, mejor preocúpate de los virus de las putas.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.